martes, 26 de abril de 2011

Bolivia en abril y sin fotógrafa

BOLIVIA SIN FOTÓGRAFA
23 de abril de 2011
El pasado 28 de enero, con Helena habíamos escrito, “Por el Titicaca”. De ese paseo maravilloso por la isla del Sol, así como de nuestros primeros días en La Paz, una ciudad metida entre las hondonadas de Montañas altísimas, de rostros diversos, engalanados de reverenciables cabellos blancos, Helena sacó fotos muy bellas. Ojalá quiera subirlas a este blog. La Paz es una ciudad de tinte rojizo, color ladrillo, pues sólo en las plazas y calles y avenidas del centro y algunos barrios residenciales, las casas se terminan; en el resto de la ciudad siempre muestran su alma de barro. En El Alto llaman despectivamente a La Paz “La Ollada”, como la h no se pronuncia podría ser la hollada, una mezcla entre aquello que está en la olla y se mira desde lo alto y lo que ha sido hollado.
Reiniciar el viaje, cuando el lugar, dado el tiempo y mi estado de ánimo, ha necesariamente cambiado, ¿implica continuarlo? ¿La Paz es la misma La Paz llegando a pie desde el Titicaca, con Helena y su cámara, después de haber gozado del sol, del agua, de la lluvia, y llegando sola en avión después de la muerte de Guillermo?
LA PAZ
La Paz a finales de enero era una ciudad extraordinariamente seca que por la tarde recibía cantidades de agua de lluvia de un cielo que se abría de repente. En los jardines y terrenos baldíos se formaba mucho lodo. La humedad que quedaba en el aire filtraba ligeramente el sol. A mediados de abril, La Paz es una ciudad seca, de aire transparente, cielos nocturnos extraordinariamente estrellados y días de sol potente. Las montañas que la rodean, el Waina Potosí, el Mururata, el hermosísimo Illimani de tres rostros, brillan siempre en un cielo de azul límpido.
EL ALTO
Y por supuesto el sol quema, a la sombra refresca y de noche las temperaturas bajan a cero grados. Así que, cuando me fui a El Alto, con Pablo Mamani a conocer la Universidad Popular de El Alto (UPEA), una universidad cuya burocracia podría hacer palidecer la de la UNAM y cuyos principios educativos son fluidos y libres, en un contraste realmente excesivo, me tosté al sol de un día sin viento ni polvaredas, sudé y, cuando la noche bajó, sentí que el hielo me recubría la espalda. A las 12 de la noche no podía respirar y tres horas después la fiebre me había subido a 39 grados. Dicen que la gripe expresa una tristeza vieja y que lo limpia todo. Ha de ser cierto.
En El Alto anduve por esta ciudad de migrantes que se formó en el altiplano que sobrasta La Paz, amenaza y acompañamiento crecidos desde la década de 1930, cuando decenas y luego centenares y, en la década de 1950, millares de migrantes llegaron del campo en busca de trabajo fabril. Ciudad que en 1952 participó de la Revolución y en 2003 cercó La Paz, como las tropas de Bartolina Sisa y Tupac Katari lo habían hecho en 1781. Caminé por calles invadidas de pequeño comercio femenino informal, intenté cruzar las avenidas que sólo los minibuses dominan, me llené del espíritu absolutamente indomesticable de su gente (capaz de dejar de llamar hermano al presidente para pasar a llamarlo muchachito, con una baja evidente en el respeto por sus capacidades, cuando se enteró que su gobierno, un gobierno supuestamente revolucionario, emanado del pueblo, y con un fuerte componente aymara, mintió. No robar, no mentir, no ser flojo, dicen que es la regla que desde tiempos incaicos los aymaras han hecho suya y marca la pauta del respeto hacia todas las personas, en particular los dirigentes. En una historia que en pocos meses adquirió tintes de mito, en El Alto me contaron que el gobierno de Evo Morales tiene dos muertos sobre su conciencia y, lo más grave, mintió para justificarse. Parece ser que el gobierno le prometió a unos productores de fruta entregarle unas máquinas para hacer jugo de naranja, no las entregó, se inició un movimiento para exigirlas, el gobierno dijo que había infiltrados de la derecha en el movimiento, mandó la policía, hubo disturbios y la policía disparó… ¿Puede un gobierno democrático reprimir? La pregunta es un verdadero acertijo para las ciencias políticas).
En El Alto también visité con Mildred, una feminista lesbiana aymara muy activa, el centro de salud sexual y reproductiva donde, semana tras semana, acuden las “trabajadoras nocturnas” y donde se reúnen en colectivo tanto las chavas del trabajo sexual como las lesbianas. El centro cuenta con un laboratorio que dirige una bioquímica, y los servicios de una sicóloga, una trabajadora social, tres enfermeras y dos médicos, hombres los dos. El lugar no sólo es limpio, soleado y muy digno, sino que en él se trabaja sobre bases de respeto de los derechos humanos de las personas que hacen trabajo sexual o son portadoras de enfermedades de transmisión sexual, en particular VIH-Sida. Nadie puede ser obligado a la revisión y la discreción sobre las condiciones de salud de las personas son absolutas. El trabajo y las reuniones de los colectivos de mujeres son respetados y el personal médico que no es invitado no se acerca. En ocasiones las “trabajadoras de la noche” son agredidas en sus barrios por los comités vecinales, que han llegado a quemar su local acusándolas de robar el dinero de los hombres y atentar contra las familias.
LA PAZ
Por la gripe tan fuerte que me dio, pasé tres días en la cama, en la casa de Julieta Paredes. Victoria Aldunate, que mientras tanto ha llegado de Chile para vivir con ella e intenta abrir una Casa de Acogida para las mujeres víctimas de violencia con una clara perspectiva feminista, horizontal y no asistencialista, Victoria me ha preparado tecitos y jugos de fruta. De noche tenía verdaderos ataques de pánicos cuando no podía respirar y de día me tumbaba una somnolencia truncada por ataques de tos desgarradora. Al tercer día conseguí que una amiga de Julieta me proporcionara la dirección de un acupunturista, el dulce dr. Bustamante, que con 8 agujas fue a pescar mi chi en quién sabe qué lugar donde lo habían refundido mis pulmones. Inmediatamente me repuse. Me gusta la humildad sapiente de los médicos que han aprendido de la tradición china a cuidar de la salud, y no a taponear la enfermedad, del pueblo. Me cobró 40 bolivianos, 70 pesos mexicanos, 5 dólares, y me curó. Ningún aspaviento, ninguna medicina cara que comprar. Sólo me dijo de no comer lácteos mientras tuviera flemas y de descansar.
Volví a casa con muchas energías, impensables unas horas antes. Pero ya no fui a Coroico en bicicleta por el camino viejo, “el camino más peligroso del mundo”, estrecho y hermoso, que baja de 4900 metros a 3500 en poco más de 25 kilómetros. Un cruce corto por varios pisos ecológicos de alta montaña. El doctor me lo desaconsejó: no, está muy débil, no puede sudar. Carajo, me encanta la sensación de fuerza que me da pedalear en el aire fresco y limpio de las mañana. Será en otra ocasión. ¿Será? Todo lo dejado está perdido, decían los caballerangos italianos cuando yo era una niña.
Así que después de saludar a Julieta y Victoria, y encargar a Leo la transcripción de unas entrevistas, me fui a la casa que Silvia Rivera Cusicanqui y su grupo de reflexión, el Colectivo 2, están reconstruyendo con sus manos para tener un local. Es una casona en ruinas con un gran jardín donde han sembrado papas (que comimos ayer, en la comida de Pascua), maíz (en Bolivia y Perú se domesticó el maíz casi 400 años después que en México y Guatemala, por un camino propio) y diversas verduras.
En enero, con Helena, mientras hablábamos con Silvia y sus compañeras/os, limpiamos y lijamos una raíz que ahora ya está puesta en el dintel de una ventana del segundo piso (de ladrillo, sobre el primero que es de adobe). Le pedí a Stephanie Mavronis, una estudiante de cine de Maryland que comió con nosotras ayer, que me sacara una foto bajo ese dintel para mostrárselo a Helena.

 IMG_2741.JPG                              IMG_2742.JPG    Ahí estoy, bajo el dintel 
Una pascua linda, laica, alegre. No trabajé nada, sólo traje tres cervezas y miré la revista del Colectivo 2 y el extraordinario libro que escribieron sobre el arte en la colonización y la descolonización del pensamiento, Principio Potosí Reverso, que fue editado por el Museo Reina Sofía de Madrid, respetando no sólo el texto, sino también el diseño del Colectivo 2, y al que ahora urge una segunda edición porque se ha agotado.
Luego me subí a un bus destartalado que terminó el combustible a 40 kilómetros de Oruro, en las puertas de Parias, la primera ciudad construida por los españoles en lo que hoy es el territorio boliviano. Entre los gritos de todos los pasajeros, el chofer salió a buscar gasolina. Por mi deleite, salí a la helada noche de la puna y pude mirar a 4300 metros sobre el nivel del mar el cielo de estrellas diversas, desconocidas, profundas del sur. Aquí dicen que los pueblos antiguos aprendieron las matemáticas y la astronomía mirando las estrellas en los ojos de las llamas durante las noches secas de invierno. La verdad es que en ese silencio enorme me hubiera gustado tener una llama a la que mirarle los ojos en la noche.
ORURO
He dormido en una pensión cerca de la estación del ferrocarril. Un cuartucho pequeño y no muy limpio, en el que me sentí como en una cuna. Caí rendida en mi camita dura de 20 bolivianos, feliz de estar viajando. (Dicen que Gargallo, el pueblo de donde salió mi apellido rumbo a Sicilia, pueblo a donde nunca fui, pero mis hermanos sí, en Aragón, era un pueblo de arrieros de donde, durante siglos, salieron larguísimas recuas de mulas. ¿Arriera soy y en el camino me solazo? La verdad es que en México amo Huixquilucan, el pueblo de mi amigo Carlos Gutiérrez Angulo, el mejor pintor de mi generación, del que también se recuerda que era un pueblo de arrieros entre altos oyameles).
A las cinco de la mañana me ha despertado el pitido de una locomotora, un sonido que se retrotrae a mi infancia, tan antiguo como mis primeros recuerdos, un sonido triste, alargado, que sin embargo me encanta. A veces me lo recuerda el silbido de la caldera de los vendedores de camote en la Ciudad de México. Mi amigo Juan Damonte odiaba ese pitido, le desgarraba el alma. A mí, me hunde en un estado meditabundo.
Oruro es la ciudad del carnaval más famoso de los Andes. Diablos de cuernos coloreados y mil perlas y botones, bailes, comparsas, jueves de comadres y jueves de compadres, domingos que prolongan el permiso para el pecado más allá del miércoles de ceniza. Por esas dos semanas al año, Oruro está llena de pequeños lugares donde dormir, que están vacíos casi todo el resto del año.
Por la mañana, el sol da un aire alegre al gran mercado de Oruro, a su bella plaza central, y al monumento del minero. En la Iglesia del Socavón, por donde se puede entrar a un museo  enclavado en una mina del siglo XVI, me di cuenta de las narraciones de la historia. La minería colonial empujaba a los hombres a la montaña donde El Tío, o el espíritu de la montaña, prodigaba riqueza y muerte de forma arbitraria, y mantenía a las mujeres en el trabajo de romper la piedra en las afueras de las mimas.
Esperando la entrada al Museo me puse a dar vueltas por los alrededores de la iglesia y me encontré con las oficinas de Kusisqa Warmi, Mujer Alegre, una organización católica, que se reconoce feminista, y cuyo proyecto es acabar con la violencia contras las mujeres. La tipifica en un panel muy grande, lleno de colores, adosado a la puerta -violencia económica, intimidación, violencia sexual, violencia física, control, descalificación- y asienta los derechos de todas las mujeres, no importando la edad. Primero entre ellos: “Yo tengo derecho a no ser golpeada jamás”. Como me hubiera gustado saberlo de niña, ante de justificar la violencia de mi padre como “forma de educación de sus tiempos”. Segundo punto del Acta de Derechos de la Mujer Maltratada de esta asociación de una iglesia todavía ligada a la Teología de la Liberación: “Yo tengo derecho a cambiar la situación”. La cartilla de derechos sigue: privacidad, falta de temor, vivencia de los sentimientos, alegría, salud, expresión de habilidades, ideas y sentimientos, son todos derechos a una vida libre de violencia. Y el mejor de todos, el que concluye la reivindicación “Yo tengo derecho a no ser perfecta”.
En la plaza, me encuentro con una macilenta Feria del Libro de Oruro, que se resume en una hilera de puestos bajo los arcos de la prefectura. Y con dos vendedores de libros maravillosos. Una mujer y un hombre que aman leer, se deleitan realmente con la literatura;  a mi pregunta sobre qué escritor/a boliviana/o me recomiendan leer, me sacan una veintena de nombre, todos con sus libros, con sus anécdotas. Compro así Bajo el oscuro sol, de Yolanda Bedregal, poeta y cuentista, escultora y maestra, que con esta novela se volvió muy famosa; los Realtos de Victor Hugo, de Víctor Hugo Vizcarra, un narrador alcoholizado que desde hace 16 años vive en la calle; Cuentos completos y otros escritos de René Bacopé Aspiazu; la novela histórica Potosí 1600 de Ramón Rocha Monroy; y Yanakuna de Jesús Lara, quien según mis dos vendedores es mucho mejor escritor indigenista que el más conocido Alcides Arguedas. Por supuesto, les creo: la simpatía es así, ofusca. Dejo muchos más libros en la banca, no tengo dinero ni hombros para cargarlos.
Y me voy caminando hacia una casa de la que me habló Silvia Rivera, la de un escultor, que aquí todos quieren, que desde hace tres años esculpe únicamente bolas de piedra. ¡Y qué bolas, qué piedra, qué emociones!
Nomás al llegar a la casa de Gonzalo Cardozo, un mural de barro pintado por su hija Tani cuando tenía 6 años, da cuenta que esa es la casa de una familia de artistas, papá, mamá ceramista y cinco hijas, cada una con su pasión y su expresión. María Velázquez, su esposa, nos recibe en la puerta y nos cuenta de cada forma de decir que la vida es creatividad y el arte una forma de devolver lo mucho que recibimos cada día de la gente que nos cuida, de la escuela, del mundo. La cerámica de María tiene una figuración suavemente deformada y colores muy matizados. La escultura de Gonzalo desde siempre buscó en la piedra la expresión de una circularidad, hasta llegar en los últimos años a expresarse en sus esferas, más comúnmente llamadas bolas. En las piedras que recoge por el campo busca la redonda forma del único hogar colectivo que tenemos, la tierra, y la perfecta armonía de la circularidad de las energías. Las bolas de piedras que van al agua corren, las que sostienen el fuego se sobreponen una sobre otra, magma del centro de la tierra que se encuentra en la superficie con el fuego que viene de otra bola ígnea, el sol, las bolas que reposan sobre la tierra son la tierra misma y las que están suspendidas en sus móviles de hierro o suspendidas en árboles forjados juegan con el aire.
Y de las pinturas y cerámicas de Nayra, Wara, Tani, Luli y Kurmi, están llenas las salas, el taller y la cocina, amén que el orgullo de sus padres.
La música de las once mujeres de la Comunidad Sagrada Coca, quienes se han atrevido a desafiar la costumbre -¿regla, imposición?- que las mujeres no tocan los instrumentos de viento en los Andes, y elevan sus cantos y plegarias a Inalmama, se difunde desde la sala de estar. En el patio, Gonzalo cuida que el fuego esté siempre prendido y le echa constantemente hierbas de olor y copal, mirra, incienso, maderas perfumadas.
De repente, esta comunidad de Cronopios bolivianos, felices de no haber salido de Oruro aunque la ciudad es difícil para vivir del arte, me invita a comer. ¿De dónde vienes?, me preguntan y empezamos a hablar. A las pocas horas me sentía como si los hubiese conocido y admirado desde hacía tiempo. Viejos, entrañables amigos.
Me voy de Oruro con algunas esculturas de Gonzalo en la mirada: sus hombres-sol y mujeres-luna en marcha, homenaje a los miles de mineros, profesores, estudiantes, vendedoras que han emprendido manifestaciones y caminos en la historia de Bolivia para cambiar el orden opresivo de las cosas. Sus “curules”, un conjunto de sillas forjadas y ensambladas de piezas metálicas sobre las que está sentado, amarrado, inmóvil el poder, representado por unas enormes nalgas de piedra: el poder como antítesis del amor, que es deseo de posesión e incapacidad de soltar, ofrecer, entregarse. Sus juguetes, su impactante niño de metal con un rostro circular de piedra sobre un cuerpo de metal y con una gran bola en la mano ofreciendo su único lugar, su planeta, para realmente compartirlo.
Sonrío al dejar su casa. Y su gran fuerza me acompaña hasta la estación de buses en la noche.

POTOSÍ
                                                             Para mi Gaba Gamma tan enamorada del Potosí de la vida

Tengo sólo palabras para que surja la imagen de cuatro pesadas columnas salomónicas con tanto de racimos de uvas, cruces y gotas de sangre de Cristo en un portal rectangular del mismo color que el grandioso muro de piedras rodadas, traídas del río que separa Sucre de Potosí. Sólo tengo palabras para las calles, las casas de moneda, la primera de 1572 en la Plaza de Armas, y la segunda, de 1773, grande como una ciudadela con sus 150 ambientes, cinco patios, 15.000 m2 de construcción, y cuya edificación fue tan cara que el rey de España creyó que estaba hecha de la misma plata que se iba a forjar en ella. Palabras para contar los balcones de madera labrada, sobresalientes y cerrados para enfrentar los fríos que hacen que haya horario de invierno en las escuelas del Altiplano, en Bolivia: se entra media hora después y se sale media hora antes después del 3 de mayo, día en que la Cruz del Sur se alínea con la tierra, para que los cientos de niños y niñas que engalanan las calles de Potosí no se resfríen demasiado.
A falta de fotos, palabras.
Palabras que saben describir, evocar, jugar.
Sentada en el portal barroco y simple, a la vez, de la iglesia de San Francisco, miro una ventana abierta de donde salen las palabras de un maestro en clase. Arriba, un cielo azul cuya transparencia es fría aunque me esté quemando al sol de estos 4500 msnm.
El Cerro Rico cierra la ciudad al oeste. Es imponente, maravilloso, herido, triste. Por sus curvas perfectas se salen jales grises, de sus originario 5200 metros quedan 4900 después de los derrumbes de los últimos 100 años. Será explotado hasta 2029 porque hay 10000 mineros que no tienen otro trabajo que hacer, si cierran como debería ser las minas ahora. En la imaginería cristiana de la Colonia, el Gran Potosí era representado como la virgen María, su cuerpo era su veste, perfecta, roja, rica, en su cúspide la cabeza, sobre la cual la trinidad hace descender su corona, a sus pies a la izquierda un papa, un cardenal y un arzobispo, a la derecha Carlos V, un príncipe y un soldado. El cuadro de principios del siglo XVIII es anónimo, perfecto, bellísimo. Y tiene otra lectura, muchas otras lecturas posibles. El Cerro Rico es mujer, es Pachamama, tierra sagrada a cuyos pies se prostran los invasores blancos; los hilos de su veste, sus venas de plata, la gente que sube por sus faldas, todo está escrito.
Junto a este cuadro, se extienden las salas de la mayor pinacoteca de Bolivia, la impresionante obra del mayor pintor barroco de América, el mestizo Melchor Pérez Holguin, con sus ascéticos personajes de nariz afilada y ojos hundidos,  y Gaspar Miguel Berrio, Luis Niño.
Por las calles de Potosí, en un país que avanza hacia el laicismo, de las cientos de iglesias y capillas coloniales, quedan 13 iglesias abiertas y en el Convento de Santa Teresa, al lado del museo, las monjas todavía preparan ostias y licores.
[PS Para dormir rico, cómodo, entre sábanas de lino y con agua caliente todo el día: Hostal Cerro Rico Velasco, calle Ramos 123: 20 dólares para una persona, 30 para dos, desayuno incluído. Algo caro, ¡para Bolivia!]

MINA LA CANDELARIA
A las 7 de la mañana hace frío en Potosí. El aire límpido parece congelado, los mineros están en el Mercado del Minero comiéndose dos, tres, hasta cuatro sopas y un licuado de leche antes de comprar su coca, su dinamita (cualquiera en Potosí puede comprar dinamita, hasta una niña de diez años, lo cual no es posible en las otras ciudades de Bolivia), su jugo y entrar solo o en grupos de 5, 10 o 14 trabajadores con un jefe, a las diversas cooperativas de minas.
La boca de la Mina de la Candelaria, inaugurada sobre un socavón colonial abandonado desde el siglo XVIII, el 2 de febrero de 1901 y todavía en función, está a 4.700 metros. Funciona como una cooperativa que "cede" por el 12% del recabado el derecho a sus miembros de explotar el cerro. Las cinco mujeres que vamos, tres chilenas, una estadounidense y yo, tenemos permiso, podemos entrar a cambio de regalos: coca, jugo y dinamita.
Entramos por el socavón principal. Muy pronto aprendemos de formas de trabajo y peligros, cambios de temperaturas, movimientos de la tierra, martillos neumáticos, aguas que se filtran, bocacalles y la terrible y peligrosísima velocidad de los carros que se deslizan por vías férreas primitivas; son apenas sostenidos por uno o dos carreros que, desplazando su peso en la parte posterior del vagón donde van colgados, logran que en bajada el carro pueda enfrentar una curva sin volcar sus dos toneladas de materiales.
Bajamos dos, tres niveles. Empieza a hacer calor. Bajamos más, en el séptimo nivel, donde llegamos a gatas por un tunel bajísimo de 50 metros de longitud, ya hace 46 grados. Dicen que en el octavo nivel los mineros se desmayan cuando la tempratura llega a 52 grados. Por suerte está invadido de materiales y no podemos acceder.
Conocemos a Martín, tiene 49 años, aparenta 70, desde los 17 trabaja en la mina. Es un minero solitario, saca 45 kilos de materiales a la semana, ganas menos de 50 dólares y paga puntutualmente su 12% a la cooperativa. Se ha comprado, como todos los mineros, la totalidad de sus materiales. No es casual que trabaje todavía con barreno manual y sea muy feliz de recibir dinamita en regalo.
Con Martín no cruzo más que dos, máximo tres palabras, pero algo en él, ese desapego de la realidad social que manifiestan ciertas personas que trabajan solas en contacto con el odio o el amor de sus vidas, la tierra, el cerro, la veta, me mueven las tripas muy hondo. Lo admiro, lo envidio, lo temo. Yo podría fácilmente ser él. Me gusta que trabaje sin patrón. Me gusta, me gusta. Me imagino que no ha de tener ningunas ganas de salir del socavón cuando se acaba el día y que sus trescientos hojas de coca en la boca son su compañía más expresiva. Bate y bate el barreno con el martillo. Sus manos no parecen duras, hay una caricia alrededor de la veta. Diosas, pero qué pendejadas escribo...
La vida en las minas es difícil y las cucharitas de plata del café tiene un precio humano nada despreciable.


DE UYUNI A ATACAMA
Para Coque, que sabía del frío y me puso sobre aviso, aunque yo no le hice caso

Que la excursión térmica fuera tan extrema lo dudaba, pobre de mí: cuando el viento amaina, de día, se puede pasar de sus helados y veloces 3° o 5° celsius a unos 20° al sol, pero de noche, apenas el ocaso se perfila detrás de las montañas que coronan todo el desierto de Chiguana, todo el salar de Uyuni, todas las peñas de más de 5000 metros apenas nevadas gracias a que este año el Fenómeno de la Niña trajo algo de agua a estas sequísimas alturas; digo apenas el sol se pone detrás de estas montañas la noche llega con sus menos 5° y acrecienta sus fríos hasta los -15° o -20° que campean poco antes del alba.
La belleza es tal que me duele que Helena no esté viéndola conmigo. La sal brilla al sol y, en estas noches sin luna, la Cruz del Sur se va enderezando en espera del 3 de mayo, día en que va estar perfectamente alineada con la Tierra (¿será ese el origen de la fiesta de la Santa Cruz en México?). Siempre he sentido muy hondo, cuando estoy enamorada o extraño con ternura a alguien muy amado, que la belleza que no se comparte es incompleta. Lo recuerdo desde que era muy joven, casi una niña, cuando fui por primera vez con la escuela a conocer unos jardines en las afuera de Roma: los arcos, las fuentes, los árboles muy altos que lanzaban unas sombras cómplices sobre taludes de flores, me hacían añorar a mi amiga como una daga.  
Hoy extraño a Helena. Miro los vagones y las locomotoras, las calderas, los trozos de vías abandonados en una especie de cementerio de trenes barrido por el viento y corroído por la sal y pienso en las fotos que haría mi bella hija de estos herrumbrosos restos que se hunden en la arena. A pocos kilómetros al oeste está Chile, al sur Argentina, y la estación de Uyuni fue desde principios del siglo XX hasta hace unos treinta años el lugar donde trabajaban los mejores mecánicos ferroviarios de América del Sur. Ahora todo se lo come el polvo.
Luego, el inmenso salar del que se extraen bloques blancos veteados de café para el transporte en llamas y quintales de sal en camiones para ser yodatados y vendidos en toda América, me es doloroso. ¿Dónde está mi amada, para qué mirar a este CESSNA que aterriza en la dura sal y del que baja una pareja de franceses, ambos aviadores, él de una línea comercial y ella empleada en una empresa agrícola, con una niña de tres años que se asemeja por vivaz a lo que ella era hace tan sólo 13 años? ¿Para qué quedarme mirando a esta joven escultora de la sal a la que compro un candelabro blanquísimo?
Pienso que mi amada odia el frío, que realmente sufre cuando las manos se le congelan y la nariz se le vuelve dolorosamente roja. Quizá no tener fotos de estas bellezas es una forma de evitarle el frío, de protegerla. Pobre consuelo; en realidad, para calentarla, quisiera tenerla apretada entre mis brazos, poner sus delgados pies bajo mi suéter, sostener sus manos sobre mi panza. El alma se me sigue haciendo agua cuando levanto la vista al cielo azul cobalto, sin una sola nube y veo el galope de una mandria de vicuñas, elegantísimas, libres como este aire helado.
Hemos rentado un Land Cruiser entre seis; es cómodo y el chofer conoce muy bien las rutas que cruzan estos desiertos, montañas, formaciones rocosas, lagunas turquezas, verdes, rojas según el plancton y los microrganismos que las habitan (eso sí, todas muy bajas, 35-60 centímetros de profundidad, resultantes de la actividad volcánica del terciario y el cuaternario). La pareja de franceses es dulce e inteligente, el peruano es un militar de vacaciones, un amante del deporte extremo que habla constantemente de su madre y de su hija (con los franceses lo hemos apodado “el espía” porque es demasiado limpio para viajar como nosotros lo hacemos), las gringas, unas jovencitas alegres de Oregón que gustan de la mantequilla de cacahuate. Por momentos en el auto todo el mundo habla, se cuenta, se dice cosas; de repente el silencio cae ante espectáculos que no pueden tener comentarios. Montañas que rodean salares, pasajes entre rocas esculpidas por el viento y de mil formas, desde  la de un cóndor al despegar, hasta la cabeza de una gallina, un árbol de piedra, la ventana sobre el mundo que el mundo necesita. Formas de volcanes apagados que quizá en épocas remotas escupieron a kilómetros estas rocas enormes que se fueron organizando cómo pudieron o cómo la suerte quiso a lo largo de pistas interminables por arenas doradas, negras y blancas. Tierras verdes cobre, amarillas azufre, rojas hierro, café. Valles que rematan en lagunas saladas. Una mina de azufre abandonada hace cuarenta años, con sus techos de lámina que chirrean en el viento.
La primera noche llegamos a un hostal en Villa Alota (lo único nuevo que hay en el pueblo es una escuela primaria, inaugurada hace cinco años por Evo Morales). Las camas en los dormitorios son bastante desvencijadas, pero hay una ducha con agua caliente; nos avisan: es la última de aquí a Chile. Los gringos que van llegando en otros autos se ponen en cola, todos con sus toallas alrededor del cuello, los demás nos encogemos de hombros y nos dirigimos a la cocina donde hay una chimenea prendida y varias mesas. Un té hirviendo con este frío es un apapacho al alma. La segunda noche dormimos a menos de un kilómetro de la Laguna Colorada, seis kilómetros cuadrados de aguas rojizas, teñidas por un alga cianófila. Ahí se aprontan a migrar hacia el norte más templado tres colonias de flamencos: el flamenco andino de largas patas amarillas, alas rojas y cola negra, el flamenco de James con su pico tricolor y las patas rosas, y el más común flamenco chileno, de patas grises. Increíble, pero estas lagunas enclavadas en un desierto que se extiende de Bolivia a Chile y a Argentina a 4.500 metros sobre el nivel del mar, separadas entre sí y muy poco profundas, tienen sus gaviotas: ¡las gaviotas andinas! Y, por supuesto, unos cuantos patos y un gorrioncito simpático al que le dicen pájaro minero.
La tercera mañana de viaje hay que desafiar el hielo polar del amanecer y alistarse a las 4.30 de la mañana para ir admirar los geysers que levantan sus columnas de agua y vapor hasta que el sol sube. Subimos las mochilas y sentimos los dedos agarrotarse de frío. El auto corre en la noche. El último gajo de luna se ha levantado y parece arrastrar una tenue luz que se tarda y se tarda en darle forma a las siluetas de las montañas al este. Dos estrellas desconocidas se balancean bajo la luna menguante. Poco después el cielo es ceniza, luego violeta, a 4900 metros, en un valle llamado Sol de Mañana, amplias nubes de vapor se estrellan contra los vidrios de nuestro jeep y se congelan. Bajamos: de la tierra seca sale el silbido constante que acompaña los geysers, la presión tiene su música. En pozas rodeadas de hielo, el lodo sulfuroso hierve, los vapores se van perdiendo en la luz que empieza a ponerse celeste.
Cuando volvemos al auto, me duelen los pies, la nariz, las manos y siento el hielo correr por mi espalda. Por suerte, una veintena de kilómetros más allá, tras cruzar el paisaje mágico del salar de Chalviri, extenso y salpicado de pequeñas lagunas, los volcanes han dejado otro regalo: una poza que se abre a la Laguna Blanca, rodeada de patos y gaviotas andinas. Sus aguas son calientes y, aunque para entrar hay que pisar bloques de hielo con los pies descalzos, nos consuelan de las bajas temperaturas de la desmañanada. Además, tres días de polvo, sal y lodo ameritan un baño. Hasta yo puedo admitirlo.
Al final del Desierto de Dali, tras dejar atrás el espectáculo del turquesa tornasolado volviéndose esmeralda en las aguas de Laguna Verde, nos separamos. Yo voy a cruzar la frontera con Chile, una frontera que, de no ser por los hombres vestidos con uniformes distintos, no se percibiría, porque el desierto, los volcanes, las lagunas no reconocen límites, así como tampoco lo hacen las llamas, las vicuñas, los ñandús (también llamados suri o avestruces andinos, del que divisamos uno al atardecer del primer día, en el Desierto de Siloli), los escasísimos gatos andinos (Bolivia no me iba a dejar sin ver uno: a treinta metros de la frontera, cuando ya desesperaba ver este felino chico, elegante e inofensivo para los seres humanos y sus animales, que está en verdadero peligro de extinción, un ejemplar de cola moteada de negro y pelambre solar cruzó la pista lentamente para dirigirse a un costón de rocas), los flamencos y la sal, la desértica sal.
Helena, Helenita, a ti y a Tibas les regalo estos colores que tengo en los ojos, este cielo sin fin ni manchas, estas montañas de formas puntiagudas y señoriales, estos valles desérticos y profundos, estas estrellas que de tan diferentes no puedo ubicar, esta sal que brilla al sol y a la luz de los faros del jeep de noche, estos lentos amaneceres. Les regalo esta honda pena de no estar con ustedes viéndolo todo, aprendiendo, aprendiendo…

 

sábado, 2 de abril de 2011

Una mañana de sábado en el Distrito Federal: leyendo el periódico


Guillermo Scully, Guernica negro, 2008 -  Imagen en la portada de La Jornada de Enmedio, http://www.jornada.unam.mx/2011/04/02/enmedio.pdf
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Helena, hija del pintor fallecido en febrero, charla con La Jornada
Guillermo Scully, artista cabal, alejado de la cultura de mármol
Este 7 de abril se subastará obra de amigos en un bar de la Condesa
Arturo Cruz Bárcenas
Periódico La Jornada
Sábado 2 de abril de 2011, p. 9
La repentina muerte del pintor capitalino Guillermo Scully (1961-2011) contrasta con lo que fue su vida de artista: intensa y lejos de la cultura de mármol, expresó en entrevista con La Jornada Helena Scully Gargallo, de 16 años de edad, hija única del creador.
Era un artista en el gran sentido de la palabra, aunque nunca llegó a su máximo, de lo cual estaba muy consciente. Como dibujante era espectacular, lleno de vida; le encantaba caminar por el Centro.
Scully hubiera cumplido 50 años el pasado 6 de marzo, pero murió el 4 de febrero de este año.
La entrevista se efectuó en el café La Habana, de Bucareli y Morelos. “Era un bohemio, le gustaba el café. Le agradaba venir aquí, aunque no hay obra de él, pero sí en muchos sitios alrededor: en la Condesa, en el Café Illy. Hubo en sitios que ya cerraron, como el Bar Alfonso, en la calle Motolinía, y La Terraza, en el Zócalo. En el Centenario, de Coyoacán; en El Asado Argentino… en tantos lados. Incluso en Veracruz. Hizo portadas para discos, sobre todo para Pentagrama, en cuyas oficinas hay uno que otro cuadro. Hizo dibujos para revistas, para Algarabía.
Entre copas y pinceles fue logrando un estilo, el sesgo que es propio y que define una ruta.
Remembranzas
La mente de Helena retrotrae imágenes de cuando era niña. “Nunca viví con mi papá, pero lo veía seguido, casi a diario. Mis papás se divorciaron cuando yo tenía tres años.
Foto
Helena también planea una exposición con piezas de su padre, para octubre. La imagen, Tiempo de sax, de Guillermo Scully, para Ediciones Pentagrama
“Yo veía su manera de tomar como parte de su forma de vida. Siempre hablaba de literatura. Le gustaba mucho Borges; decía que él era el Aleph. Hablaba mucho de Saramago, de Rulfo y Pedro Páramo. En su último periodo estaba leyendo a los rusos; prefería a Dostoievski y conocía a Gogol.”
Helena conserva sólo dos cuadros que su papá le regaló en dos cumpleaños. Los galeristas ya no venden sus cuadros. “El decía: ‘soy el pintor más rápido del Oeste’. Podía hacer un cuadro bellísimo en un mes o en tres horas, o con tres trazos: Si necesitábamos comer hacía un cuadro rápido y venía al Centro a venderlo.
Actividades por el artista
Helena planea una muestra de la obra de su padre para octubre, por lo que pide a quien tenga cuadros que los preste para ese fin. Se le puede contactar al 04455-2113-6580 o al correo electrónico helena-scully@hotmail.com
El 7 de abril, algunos de sus amigos pintores participarán en una subasta con sus obras. Será en el Pata Negra, en la colonia Condesa, a las 20 horas.


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Bohemia y arte contra la guerra
Arturo Cruz Bárcenas
Periódico La Jornada
Sábado 2 de abril de 2011, p. 9
En las paredes y rincones especiales de El Asado Argentino (Insurgentes Sur, 3874) penden cuadros de Guillermo Scully, recientemente fallecido y a quien Osvaldo Caldú, dueño del restaurante, recuerda que miraba con ojos de gato.
Las anécdotas surgen conforme se recorre la obra de Scully. Caldú recordó cuando el pintor consiguió una mesa a cambio de un cuadro de mariachis borrachos. El cuadro quedó en manos de un anticuario que lo vendió, obra que paró con Nilda Patricia Velasco, esposa del ex presidente Ernesto Zedillo. Ella quiso conocer al artista. El Estado Mayor lo buscó durante cuatro días, pero nunca lo halló.
Cuando Scully agarraba el trago no lo soltaba en días. Solía ir de bar en bar, de cantina en cantina. Pudo haber sido el pintor del sexenio, porque la esposa de Zedillo quería encargarle trabajos, pero ese golpe de suerte no se dio y Scully siguió siendo Scully, reflexionó Caldú.
El restaurantero tiene mucha obra de Scully, quien le pagaba con cuadros. Eso hacía en otros negocios; sus pinturas están dispersas por la ciudad.
“Su ruta era la Tabacalera, la Roma, la Condesa y el Centro. Siempre hacía escala en mi negocio; hubo una racha en la que me dio muchos cuadros para pagar comida o parrandas.
Después induje a mis amigos a que le compraran obra, y cada viernes vendía un cuadrito en El Asado.
Aseguró que el recuerdo de Scully queda inconcluso porque su muerte fue repentina, imprevista. Por los días en que murió decía que iba a hacer un mural.
De una laptop va mostrando fotografías de cuando él, Scully y otros artistas, amigos y familiares, fueron a la embajada de Estados Unidos en el Distrito Federal para aventarle zapatos a George Bush, en su último día como mandatario del imperio.
Scully dibujó un tiro al blanco que tenía en el centro la cara del presidente gringo. Caldú hizo un arma estratégica: una resortera, con la cual los zapatos pasarían por encima de las eternas vallas que están sobre Reforma.
A ese grupo le llamaron Arte en Guerra contra la Guerra.
Se ve a Scully pintando contra la guerra. Se observa un dibujo donde un pintor se enfrenta a un tanque. El logo del grupo es una bomba llena de calaveras, aporte de Scully.
“No creo que haya alguien como él. Otros pintores son laboriosos, complicados. Él no. Dibujaba con plumón, carbón, sobre un papel o servilleta. Se le va a extrañar, suelta Caldú, casi como colofón.

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Neosurrealista lúdico*
Periódico La Jornada
Sábado 2 de abril de 2011, p. 9

Guillermo Scully es inventor del mito de sí mismo, de un yo que se regala al colectivo, de un porte que se hace arte. Para ello ha sido capaz de inventarse varios lugares de nacimiento y de fundar un movimiento plástico de un solo hombre, el neosurrealismo lúdico. Negro, blanco, indoafrolatinoamericano y caribeño, 75 por ciento zapoteca, adolescente hasta la vejez, fiestero empedernido, amante del movimiento cuando se condensa en la sensualidad del baile, dibujante de todas las mesitas de café de las plazas de Córdoba, en Veracruz, y del Centro de la ciudad de México, Guillermo Scully Fuentes crea y se inventa, entra y sale de los personajes de sus dibujos al pincel y tinta china como gato que prefiere los tejados a la seguridad de tierra firme.
Dibuja obsesivamente y descuida el color, ese accidente de la forma, como a veces lo define; deja correr el carboncillo y olvida el ensayo y la experimentación cual si fueran necesidades de otros; se repite con el pincel rápido y fecundo del movimiento del baile, una y otra vez, hasta lograr que el gesto se materialice en una imagen de sí mismo.
Aparentemente hedonista al punto de caer en la frivolidad, Guillermo Scully en su dibujo detiene lo efímero haciendo de un baile pasado de moda el patrón del comportamiento humano, una reacción a los eventos de crónica mundana.
Es, asimismo, lo suficientemente irónico para sonreír de la testarudez de su compromiso con la vida y de su indescriptible irresponsabilidad con los deberes sociales; pero es severo hasta obligarse cuando se trata de retratar la realidad de las nuevas mitologías urbanas y rurales del México invadido por una estética fútil, de sociedad de espectáculo.
Pero es en el baile donde se expresa la verdadera vocación nostálgica de este pintor, quien vive intensamente la búsqueda de su figuración. Sus trazos muestran una doble función, por un lado, la desmesura hedonista y sensual de sus bailarines y músicos que se manifiesta en líneas corporales sinuosas y rítmicas y, por el otro, líneas duras que enmarcan los rostros de sus personajes, en una reminiscencia del arte de los pueblos originarios mexicanos. Este aparente contraste da a su obra un equilibrio tal que sólo los asiduos a los salones de baile pueden identificar. Traduce la magia del danzón que envuelve a las parejas en una coreografía de ritmo y contención, al mismo tiempo.
Lo de los salones de baile, cuenta Scully, le viene de sus años en La Esmeralda, donde realizó sus estudios, cuando el maestro Lupito, así lo llamaban, los llevaba al Salón Colonia a tomar apuntes, lugar donde me volví obsesivo del salón de baile: era llenar libretas enteras de apuntes. Aunque el tema lo cautivaba desde la infancia, cuando se escapó de la casa para refugiarse en el puerto de Veracruz. O cuando a los 12 años viajó a Nueva Orleáns, invitado por una tía, y se paseó por Bourbon Street, atraído por los bares de topless y música.
Las escenas de baile, que se continúan en toda la obra de Scully, al igual que sus saxofonistas, pueden parecer caóticas; sin embargo, logran contenerse sobre el papel o dentro de la tela, sin temor a desbordamientos. Al respecto, escribe Lena García Feijóo: De Scully podríamos decir que es un pintor desenfrenado, si no fuera porque en su obra todo parece estar profundamente trabajado. Esas parejas en pleno danzón, de mujeres hermosas en su exuberancia, cubiertas con vestidos pegados a la piel y hombres que demuestren su virilidad sosteniéndolas entre sus brazos, constituyen un mundo de mujeres libres y valientes y hombres seductoramente rítmicos y oportunamente fuertes y cálidos.
También de papel son los saxofonistas que van surgiendo de las líneas de tinta y que se incorporan, poco a poco, descubriéndose, al ritmo de la música que se escucha. Esta acción directa de dibujar ante un público antes ocupado en pláticas y en beber dentro de un bar, lo llena de regocijo cuando llega a la pincelada final. Guillermo Scully es, en parte, hechura de su propia obra, es su propio personaje, precisamente porque también el artista, dice, “tiene que crear su propio mito; tiene que vivirlo y asumirlo para dar sustento a su misma interpretación plasmada en sus obras. Yo sí llevo un poco la vida al límite y sí me identifico con esa cuestión clásica que nos cuelgan a los artistas... la bohemia.
*Extracto tomado del ensayo inédito Siete pintores de una generación sin nombre, de Francesca Gargallo y Rosario Galo Moya



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miércoles, 23 de marzo de 2011

La calle es de quien la camina: Dialogos Sur-Norte: Victoria y Francesca

La calle es de quien la camina: Dialogos Sur-Norte: Victoria y Francesca

Dialogos Sur-Norte: Victoria y Francesca

A propósito del swinging político analizado por Victoria Aldunate

Swinging:
la primera vez que escuché el término fue
hace unos quince años, de un amigo cineasta que había sido jesuita y ahora iba a bares para intercambiarse de pareja sin perder ni higiene, ni blancura, ni segura masculinidad atenta a una feminidad construida desde los parámetros del hombre que decide cuál es la sexualidad adecuada para la humanidad entera.
Swinging que no cambia nada.
Tu descripción del swinging político, mi querida Victoria, con la visita de Obama, tan hermosamente negro como un blanco lo desearía, tan elegantemente bien educado por universidades que cuidan ser las dueñas del pensamiento hegemónico, tan seguramente no indio, no pobre, no local, no campesino, no mujer, no joven ,no viejo,
digo, con la visita de Obama a los hermanitos pobres y lamebotas (versión mexicana de chupamedias) del patio trasero de América Latina (¿latina? ¿y los que no hablan ni español ni portugués ni francés, los 607 pueblos y naciones de Abya Yala por qué deberían reconocerse en lo latino? ¿América? ¿Por qué las tierras de un continente que albergó en las costas de Perú al tercer foco civilizatorio del mundo, el centro civilizatorio de Caral, con sus 20 ciudades sin muros ni armas, 20 ciudades de hace 5200 años, centro erigido después de Mesopotamia y al mismo tiempo que Egipto, antes que China, Fenicia, Grecia y demás, por qué este continente debería tener el nombre de un intelectualoide mercante y espía de la corte de los Médicis de Florencia?)
digo, con la visita de Obama a su hermanito lamebotas y riquillo con ganas de más de Chile, y su posterior viaje con el izquierdista de CNN de El Salvador, que ha intercambiado (¿swingingeado?) el poder con una de las derechas más oscurantistas del continente, tal que no ha sabido darle a la hora del golpe de estado que sufrieron en junio de 2009 apoyo a sus hermanos de Honduras (esos sí: hermanas y hermanos indios, negros, mestizos, pobres, campesinos), tal que no se atreve a una revolución cultural dirigida por una mujer en diálogo con todos los sectores de la población de su país (hace un año y medio corrió del Ministerio de Cultura a Brenny Cuenca, una socióloga amante del cine, la pintura, la poesía, no feminista pero abierta a su ser mujer, etc. etc. etc), tal que siente horror por Chávez, por Castro, por su igualmente machín pero derrocado vecino Celaya, pero se pone de manteles largos para recibir a su imperialista Big Brother del norte
digo, con la visita de Obama a América del Sur y Central (a México es inútil que venga, a su achichincle -¿sirviente, pinche, cómo se le dice en América del Sur?- de Los Pinos le dicta órdenes sin necesidad de sonrisas) el significado del swinging se me hizo totalmente claro
Un beso desde América del norte (que eso somos desde el Istmo de Tehuantepec para arriba y que eso nunca seremos cuando reconozcamos que es la historia la que hace en su diferencia a la humanidad)
Francesca


Swinging, abusos y Obama
Demos Gracias al Señor… No desayunó con el chupamedias porque tenía un mejor destino: la “izquierda pragmática” de El Salvador. De seguro, en $hile, extrañó a Bachelet, pero hubo consuelo: Lagos.
Victoria Aldunate Morales | Para Kaos en la Red | Hoy a las 3:02 | 111 lecturas
www.kaosenlared.net/noticia/swinging-abusos-y-obama
El Nobel hombre sabía a lo que venía, que los presidentes del e$tado de $hile hacen swinging entre ellos, siempre, Pino$hetismo-Concertación-Dere$hismo y lo que vendrá… Un swinging, nada erótico, más bien violatorio para las demás.
 
Obama también lo hace. Lo hizo con Bush, se intercambió. En 2010 envío 17 mil militares yanqui a la guerra de Afganistán, seguido de Zapatero, mientras ahora mismo, envía sus tropas a Libia junto a Sarkozy y Cameron, Tony Blair, mediante, y en nombre de la insuperable Margaret Thatcher-. El swinging abusivo de la moneda no tiene tanto que envidiarle al de las ligas mayores, aunque –aún- juega en las menores...
 
Es por esto que El Vaticano y Obama, nos miran. Somos un ejemplo. Hay que agregar al currículo patriótico estos episodios -junto con los 33 y el terremoto-. Fuimos una atracción importante en el Nobel tour, y además, el Vaticano ha escuchado a “los” abusados de este territorio… Tortuosas negociaciones van caminando junto a estas cruces del fin del mundo. Cruces de un sur “ejemplar” que ya no le importa a los “buenos” del planeta. La cooperación flirteó mientras hubo esperanza de represas, bosques y mares –faltaban solo las plantas de energía nuclear-. Y los movimientos sociales de alrededor, nos enamoran de cuando en cuando, conquistándonos con halagos… luego ven a través de nosotras… Que se desangre Wallmapu, que las mujeres pobres sigan abortando con un par de palillos por la vagina, que la pobreza disfrazada inunde los inviernos, que se encarcele, se torture, se persiga, se proteste y se denuncie. No es tema.
 
La acidez que nos caracteriza a los de este territorio, está demás en momentos como estos en que es una bendición que se reconozca a los abusados. Más si son blancos, hermosos, intelectuales y de gran prestancia, y que El Nobel husmeara nuestro hedor, debe dejarnos contenidos de reconocimiento… Rezar y agradecer por los favores concedidos, es lo que nos queda. El Vaticano y Obama, nos ven.
 
Tortuosidades, niños en carne viva, eclesiásticos abusos sexuales, se pagan con confesiones de balde, heridas sangrantes, estigmas secretos... LEER MÁS
 
saludos
victoria 

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"La pequeñez separa, el aliento une, seamos amplias y grandes. No subestimemos cosas vitales por el sinfín de nimiedades que nos confrontan. Una verdadera concepción de la relación de los sexos no admitirá conquistadas y conquistadores, sólo sabe de una cosa: brindarse ilimitadamente para encontrase a sí misma más rica, más profunda. Sólo eso llenará el vacío y transformará la tragedia de la emancipación en alegría- ilimitada alegría.-".
Emma Goldmann

lunes, 21 de marzo de 2011

TRES DÍAS, TRES LUCES, TRES NOCHES

MÁS HISTORIAS DE APAGONES Y RELÁMPAGOS

19 de marzo de 2011.
La luna anda extraña. Crece, se resbala
no duerme.
Su ojo abierto en la noche alucinada distrae
esta ciudad de ratas soles y muertes
distrae
el transeúnte
la durmiente no se ilumina ni puede dormir
la luna distrae
distrae.  
Demasiado grande, blanca a más no poder
farol tras la persiana a medio cerrar
distrae la luna amada, distante al amor
y símbolo de los amantes.

20 de marzo de 2011
Radiaciones desde Japón.
Como en mi infancia vuelven las recomendaciones
los miedos a la lluvia radiactiva
las discusiones sobre la ciencia, la inconciencia
los necesarios límites al hacer.
Millones en Japón tiemblan al frío de la nación más sabia
el terremoto ha destruido sus casas, el maremoto enarbola el pánico.
Mientras, cuatro reactores nucleares cumplen su destino
se inunda de radiaciones la atmósfera
hay héroes inútiles entre los bomberos
y la madre que llora a su hijo es inconsolable.

 

21 de marzo de 2011
Primavera, por supuesto.
Año nuevo entre persas, náhuas y más pueblos.
Hace calor en México, frío donde entra el otoño o el invierno ha sido persistente.
Yo no hago nada, sólo despierto con vagos dolores.
Las hojas de un arce asmático tiemblan al viento de los tubos de escape
mi ventana se tiñe de azul.


Espero una lluvia que dé cauce a tanta melancolía.

miércoles, 9 de marzo de 2011

De regreso a las andanzas

Del bus al avión, de Morelos a Chihuahua, México es mi primer, mi más amado, mi nada fácil territorio de diálogo y admiración con las mujeres latinoamericanas.
México es mi primer viaje. El constante, el que no termina.
México es una historia que me gusta escuchar, en que quiero intervenir.
Así que vuelvo a las tortillas recién echadas al comal en las faldas del Popocatepetl, sorteo una tromba de agua que deja Cuatla sin luz por media hora, me subo a un avión entre menonitas y rarramuris y llego al estado que todo México teme y que está enseñando a todo México cómo resistirse a ser derrotadas por la violencia institucionalizada de la delincuencia organizada. Chihuahua es para mí una enseñanza sin fin.
Desde luego, voy porque estoy invitada.
Invitada a hablar.
Quisiera escuchar a estas mujeres maravillosas, pero digo:

Me resulta extraño, aunque me da muchísimo gusto haber sido tomada en consideración para poder hacerlo, estar hoy aquí en Chihuahua para hablar de nuestra situación y nuestra posición política como mujeres ante un siglo XXI que se nos abre, a nivel mexicano e internacional, como conflictivo desde la perspectiva económica, social y de seguridad personal y colectiva. Hace poco más de un mes estaba en Bolivia, punto de llegada de seis meses de viaje de comunidad en comunidad escuchando a las mujeres de diversos pueblos originarios hablar de su condición como mujer y sus perspectivas de liberación. Volví por motivos ajenos a mi voluntad, pero muy arropada por la gente que más amo. Ayer estaba en Hueyapan, Morelos, una comunidad náhuatl, donde las mujeres y los hombres se han organizado de forma autónoma para la defensa del agua, de la tierra y de la economía agrícola y donde se está llevando a cabo el VI Encuentro Continental de Mujeres Indígenas de las Américas.
Estas actividades, estos viajes, muestran claramente que estoy convencida que el feminismo necesita abrirse al diálogo con las mujeres todas; eso es, debemos volver a dialogar entre nosotras, liberándonos de ideas compradas o que nos venden, para efectuar la gran revolución epistémica, es decir la gran revolución del aprendizaje, que nos va a llevar a cambiar las relaciones jerárquicas entre mujeres y hombres, entre mujeres de diferentes culturas, entre mujeres de diferentes clases sociales, lo cual en América, o si prefieren en Abya Yala, el nombre kuna que designa a nuestro continente sin asignarlo a una condición colonial, pues lo cual en Abya Yala implica desconstruir, desechar, superar el racismo.
Como ustedes saben, hace 101 años la socialista alemana Clara Zetkin, fundadora de la revista Die Gleichheit (La igualdad),  propuso instaurar un día internacional de homenaje a las mujeres obreras que habían dado su vida para exigir una mejora sustancial a sus condiciones laborales. Lo hizo durante el II Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, realizado del 25 al 27 de agosto de 1910 en Copenhague, ante un centenar de delegadas de 17 países.
Las razones de tal propuesta eran evidentes, pues entonces como es nuevamente cierto hoy, la jornada de ocho horas era una utopía, así como lo eran el derecho a la sindicalización, a la seguridad social, a la salud y al retiro, las vacaciones pagas, el acceso a la educación, guarderías seguras para las hijas e hijos, el pago de horas extra y la igualdad salarial con los hombres. Por supuesto, en 1911, cuando se conmemoró por primera vez el Día Internacional de la Mujer, una de las principales demandas feministas era el derecho al voto activo y pasivo, mismo del que hoy las mujeres gozamos, aunque, en la confusión política en que nos vemos envueltas, por momentos nos asalta la duda de que sirva de algo.
De ninguna manera quiero menospreciar la importancia de haber accedido a la ciudadanía, lejos de mí la idea de disminuir el valor del instrumento legal con el que sufragar la propia opción por un tipo de gobierno mediante la elección de los y las representantes de un colectivo nacional. Únicamente quiero darle voz a una incómoda sensación que muchas compartimos, pues parece que hoy el voto reviste una importancia mucho menor que hace cien años para la manifestación de nuestra voluntad y muchas mujeres y hombres empezamos a dudar de que sufragarlo sea algo más que una formalidad de la burocracia política. En otras palabras, quiero subrayar la crisis del sistema y, a la vez, la necesidad que las mujeres hagamos nuestra la democracia, que le demos un significado desde nuestros cuerpos y nuestra vital necesidad de ser parte de la política como sistema de organización de la colectividad.
Actualmente las mujeres sabemos que, a 100 años de iniciar un movimiento mundial para el reconocimiento y la visibilidad de nuestras demandas y nuestras vidas, en todo el mundo seguimos siendo discriminadas, violentadas, asesinadas y nuestros derechos siguen siendo ignorados y pisoteados por las sociedades y los Estados. Sin embargo, votamos proyectos, escogemos representantes, nos dirigimos a las instancias nacionales e internacionales para reclamar la protección de los derechos que vamos identificando como fundamentales para nuestro bienestar. La molesta sensación de que las personas que hemos votado no responden a los motivos por los cuales las hemos escogido, nos lleva a percibir los instrumentos legales de la democracia como el andamiaje de una estructura inmovilista, conservadora.
Es un hecho que entre los sectores populares, juveniles e intelectuales de todos los países se extiende la sensación de que hay algo de hipócrita y mentiroso en la idea, repetida machaconamente por todos los medios, que la democracia coincide con la posibilidad de emitir un voto, cuando en ningún lado parece que el pueblo, entendido como un colectivo plural de mujeres y hombres, puede expresar su mandato y demandar la realización de peticiones correspondientes a sus necesidades. Eso es, se extiende la sensación de que los candidatos y candidatas (aunque éstas sean siempre menos que aquellos) a ser nuestros representantes no responden a nuestros intereses, nos son impuestos por estructuras ajenas, o son impedidos por dinámicas que los trascienden a trabajar para el cumplimiento de lo requerido por sus votantes.
La violencia callejera, la organización delincuencial, el ejercicio de la censura, las agresiones misóginas, la represión de las sexualidades, el racismo, el abuso de autoridad, el excesivo enriquecimiento de algunas personas o grupos, la criminalización de la crítica, la destrucción ambiental, el control de los cuerpos, la ilegalización de las migraciones, el uso de nuestros impuestos para el pago de militares y policías siempre más represivos son, de hecho, mecanismos con los que la política de la representación es disminuida, cuando no directamente impedida.
Es difícil creer que un gobierno responda a un pueblo cuando las organizaciones civiles con las que intenta sustituir el vacío de acción al que lo han orillado los partidos y las instituciones estatales, y que desde hace unos treinta años imponen el reconocimiento de su función política ciudadana, son perseguidas y sus activistas, mujeres y hombres, son asesinadas, silenciadas, amenazadas.
A las mujeres, en particular, nos resulta difícil creer que la democracia que sostenemos con ponderar y sufragar nuestro voto sea real cuando, al demandar reformas legales de los gobiernos electos,  impulsamos de manera organizada que se promulguen leyes que son sistemáticamente incumplidas en nuestra realidad cotidiana. Para poner un ejemplo, ¿cómo podemos creer que es democrático un gobierno que irrespeta su propia Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, si el más simple, el fundamental derecho a la vida, nos es arrebatado por cualquiera sin que el estado, sus instituciones y sus agentes, intervengan para protegerlo?
Si a ello agregamos la sensación de ser abusadas en nuestras expectativas de vida, de acceso al conocimiento y de justicia por las empresas transnacionales e industrias petroleras, mineras, farmacéuticas, militares, financieras, alimentarias, de alta tecnología, mediáticas y de entretenimiento, para las que nos crece cada día más la duda que trabajan las policías, los jueces y los ejércitos que deberían garantizarnos el ejercicio de nuestros derechos, la crisis de validez del sistema democrático se amplía hasta dejarnos con la sensación que no tenemos salida.
En los últimos años, las mujeres hemos vivido un vertiginoso retroceso en relación a los derechos que peleamos desde la década de 1970: los feminicidios se han incrementado en más de un 40% en México y América Central desde el periodo 2005-2009 (en México eso se refleja en los datos del INEGI, que por momentos son dramáticos, como cuando revelan que desde ese periodo el incremento de los asesinatos de mujeres en Baja California ha sido del 450%), las autoridades minimizan el problema y no hay respuestas adecuadas a esta escalada mortal, la televisión y la publicidad utilizan nuestros cuerpos como productos comerciales, el hostigamiento sexual es tratado con ligereza por quienes deben combatirlo, la educación sexual es soslayada en las escuelas,  la trata de mujeres y la esclavitud sexual es minimizada por las autoridades judiciales, seguimos ganando menos que los hombres a pesar de que las exigencias sobre nuestra preparación y nuestro aspecto físico y de presentación sean mayores y seguimos siendo no contratadas o despedidas de los trabajos cuando estamos embarazadas. No obstante, parece que ya no somos capaces de exigir el reconocimiento de nuestros derechos como en 1911, ni de dar vida a un movimiento libertario y masivo como el que se generó mundialmente alrededor del feminismo de la liberación en la década de 1970, porque suponemos tener los derechos que en ese entonces pedíamos.
Se trata de una debilidad aparente, sin embargo. En realidad las mujeres hoy nos confrontamos con reacciones brutales a nuestra mayor libertad de movimiento y decisión, alcanzada gracias a los feminismos de principios y de finales del siglo XX. Detengámonos un momento sobre dos ejemplos de nuestra realidad, pensemos en los asesinatos como mordazas y en la construcción de grupos de mujeres patriarcales organizados para golpear a las mujeres que se reivindican como personas autónomas del sistema patriarcal. En Chihuahua, donde la persecución de las familiares de las defensoras de derechos humanos se ha convertido en una práctica desestabilizadora de la relación entre sociedad civil y autoridades bastante común, es fácil entender lo contundente de la actual exigencia política de confrontación de las mujeres con la reacción de los sectores conservadores, sectores capaces de utilizar aliados que en momentos de mayor sosiego tienden a esconder y calificar de lo que son: bandidos, elementos antisociales, delincuentes.
La apariencia de la menor fuerza y contundencia de nuestro accionar, de todas formas, devela la crisis de la organización política que acompaña la crisis de la idea de democracia representativa.
Donde no hay organización partidaria ni movimiento social, la atomización de la participación ciudadana puede provocar la desaparición del reconocimiento de las mujeres como sujeto colectivo y devenir en una hiperindividualizada reivindicación de opciones comerciales. A favor de esta atomización, desde la década de 1980, han actuado voluntaria o involuntariamente las Organizaciones No Gubernamentales y las asociaciones civiles que atendían casos, proyectos y sectores específicos de mujeres, haciéndoles perder el enorme panorama de su necesidad de liberación sexual. Ahora bien, la violencia cotidiana pone a todas las mujeres ante la realidad de tener que garantizarse la sobrevivencia por sus propios medios, los de la solidaridad feminista.
Los secuestros y asesinatos de los familiares de mujeres que se han distinguido por exigir justicia en el mundo,  los asesinatos de Marisela Escobedo y Susana Chávez, así como el de Josefina Reyes, su hermana, cuñada y otras mujeres en Ciudad Juárez, y los demás casos de violencia misógina institucional pueden exasperar la necesidad de solidaridad entre nosotras; y también pueden unirnos en el estallido de una rebelión como nuestra oportunidad de liberarnos y vivir.
Raúl Zibechi, el acompañador uruguayo de los movimientos sociales en América Latina, sostuvo en un artículo publicado el 24 de febrero de 2011 en La Jornada que, actualmente, la creciente desarticulación del sistema capitalista “se va a llevar por delante a muchos gobiernos y también algunos estados, sean conservadores, progresistas o del color que deseen pintarse. Entramos en una fase de descontrol generalizado –agrega- en la cual las viejas fronteras izquierda-derecha, centro-periferia y hasta las ideologías hegemónicas, tenderán a desdibujarse”.  Hace dos años,  Zibechi y yo coincidimos en Colombia. Fuimos a conocer el proyecto de una escuela fundada, sostenida y apoyada por una panadería autónoma de pobladoras, una escuela sin puertas de cuya biblioteca nunca ha desaparecido un solo libro. Maestros, fundadoras y estudiantes afirman que una escuela no tiene porqué tener puertas, pues es un espacio necesario a la sociedad y ésta no puede darle miedo a sus miembros. Estábamos muy emocionados por el aprendizaje de autonomía que recibíamos en una de las ciudades perdidas que el gobierno de Uribe definía como de las más peligrosas del mundo, Ciudad Bolívar. Entonces, Zibechi me dijo que para él el sujeto político del siglo XXI es “la madre popular”, un sujeto que bien puede ser mujer u hombre pero que es femenino en su construcción social, así como era masculino, fuera mujer u hombre, el obrero de la lucha fabril de los siglos XIX y XX. La madre popular es un sujeto político capaz de acompañar y arropar a las personas concretas que participan de movimientos antisistémicos activados por los sectores populares; un sujeto que, a la vez, modifica los ejes analíticos de la realidad y organiza su actuar alrededor de elecciones éticas.
Yo nunca he tenido dudas de que el feminismo sea un movimiento social y que como tal participa de las luchas emancipatorias de la humanidad. Sin embargo, creo que como las luchas populares que se están llevando a cabo en Bolivia, en los países árabes, en Wisconsin, como el movimiento de resistencia contra el golpe de estado en Honduras y como el fortalecimiento de las nacionalidades indígenas de Abya Yala, el feminismo  actúa contra la tiranía de los poderes instituidos, contra el patriarcado y sus redes misóginas, y no repara si se escudan bajo máscaras de izquierda o de derecha, si son dirigidas por el empresario Berlusconi o el revolucionario Daniel Ortega, ambos hostigadores de menores de edad. El feminismo no puede sostenerse en cálculos de conveniencias.
Menos aún en las sociedades latinoamericanas, todas de origen colonial pues ningún pueblo originario puede reconocerse ni en lo latino ni en lo americano. En nuestras sociedades el racismo es pan de cada día aunque la retórica cultural lo niegue (la retórica del mestizaje generalizado), y la discriminación de género se ha erigido en un patrón de occidentalidad, adquiriendo rasgos de represión de las identidades sexuales disidentes, sean éstas las identidades de mujeres no dominadas, de hombres y mujeres no heterosexuales, o de hombres no machistas, se expresa en todos los espacios de convivencia.
Nunca podemos olvidar, si tenemos un deseo de transformar la realidad más fuerte que la duda o decepción que sentimos ante la idea de democracia, que sexismo y racismo son construcciones coloniales que tienden a negar que a) no somos europeos ni descendientes directos de los conquistadores y b) que no somos todos hombres, invisibilizando tanto la historia indígena que nos conforma como el hecho que todos los pueblos son en un 50% femeninos.
Desde hace más de 500 años las mujeres somos usadas como piezas políticas de los intereses de la jerarquía católica blanca y colonial, que manipula a los grupos de poder económico, y a los gobiernos que éstos impulsan, para que controlen nuestra sexualidad y coarten la libertad que tenemos de decidir sobre el ejercicio o menos de nuestra maternidad. La actual campaña de la iglesia católica para el reconocimiento del derecho a la vida de las células fecundadas (o, como eufemísticamente dicen, de la vida desde la concepción) corresponde a un ejercicio de negación del derecho al ejercicio de la democracia. Es parte de la construcción de la sensación difusa de que la democracia es un fraude, porque la elección real, que es la elección de una opción que puede ir en contra del poder constituido, es impedida por ese propio poder.
Una elección, en sentido político, sólo puede sostenerse en el derecho a optar sobre el propio cuerpo y la propia proyección de vida. Para creer en la democracia, las mujeres necesitamos creer que tenemos derecho a elegir la vida que nos conviene, sin la intervención de quien nos hace dudar de ello.
El diálogo entre mujeres nos urge nuevamente al encuentro.
Y digo diálogo y encuentro entre mujeres. Insisto: entre mujeres, eso es sin mediaciones de partidos, de iglesias, de organizaciones no gubernamentales. Para desconstruir el vínculo entre racismo y sexismo, entre control y represión, entre dirigencia y mediación.
En un diálogo no pueden haber dirigentes (líderes, les ha dado a las organizaciones no gubernamentales y a algunas instancias del estado en llamar a las mujeres con quien quieren establecer un contacto para mediatizar al colectivo. Con cuidados, no somos las mujeres, son las instancias que nos quieren controlar las que necesitan líderes). En un diálogo no pueden haber ideas a respetar por encima de la realidad que se confronta entre varias (por lo tanto no hay una idea feminista que esté por encima de otra). El diálogo se construye desde la horizontalidad del reconocimiento de la mutua  importancia y el respeto al propio estar ante la otra.
Francesca Gargallo
Chihuahua, Chih., 8 de marzo de 2011

sábado, 26 de febrero de 2011

Volver al viaje en la ciudad de siempre

El viaje es un estar en el tiempo suspendido.
Es un desplazamiento en la tierra que implica la suspención de la cotidianidad organizada para la producción de un modo de vida. Es un irse, y como tal se asemeja al sueño, al orgasmo o a la muerte.
Al haber vuelto de La Paz a México de la forma en que lo hicimos: de un viaje por tierra a treinta horas de avión cambiando de aeropuertos para llegar a tiempo al funeral del padre de Helena, de nuestro constante deseo de abrirnos al conocimiento de lo que sin tiempo largo no puede conocerse -las formas de organizar la agricultura, la construcción de las cocinas, los ritos de la oralidad- al obsesivo desplazarse de una adolescente por las calles urbanas caminadas por un padre que se le ha ido, al volver como lo hicimos el tiempo suspendido del viaje se nos ha prolongado en el estar en la ciudad de siempre.
Nuestra actividad por seis meses había sido viajar y escuchar, mientras ahora en la Ciudad de México vivimos el extraño privilegio de no tener que hacer nada en particular. Así tenemos tiempo de sentir, quizá demasiado. Yo no tengo trabajo, Helena no tiene escuela. Nos dedicamos a ir a terapia, a caminar, a ordenar las cosas de su padre y yo a ir a escuchar a profesoras e investigadoras en la UNAM. Nos reencontramos en espacios compartidos. Empezamos a recuperar y darle tiempo al amor por otras personas.
En el aeropuerto de La Paz, por esas casualidades significativas de las que está sembrada la vida, y por uno de esos actos de control sobre los propios tiempos y emociones que no pueden llevarse a cabo, compré un libro de Giorgio Agamben, Lo abierto, traducido y editado por la argentina Adriana Hidalgo en 2007. Leer a Agamben era una deuda que tenía con mi buena amiga Pilar Calveiro, colega más que admirada, quien encuentra en las ideas de Agamben muchos motivos con los que sustentar sus investigaciones sobre la prisonía, la violencia controladora, la represión de estado que caracterizan la sociedad contemporánea. Como Agamben, Pilar Calveiro se atreve a buscar los puntos de escisura que construyen los arranques de las posiciones fundamentalistas de nuestro quehacer contemporáneo.
Creer que yo pudiera, en medio de la suspensión del sueño y hundida en el dolor de mi hija, leer a un filósofo tan difícil era parte de esa pérdida del principio de realidad que nos acompaña en la confusión de los sentimientos. Pero lo intenté.
Abrí por lo menos una docena de veces las páginas de un libro cuyo primer capítulo se titula nada menos que "teriomorfo" y discurre sobre la miniatura de una Biblia hebrea del siglo XIII en la que los justos, en el banquete mesiánico, son representados con rostros de animales. No pasé de las primeras tres páginas en diez días: me dormía, me ponía a llorar, o suspendía el pensamiento en la plena conciencia de que no estaba entendiendo nada.
Sin embargo, yo venía de una experiencia de confrontación de mi propia formación como filósofa en una universidad europea, la de la Roma de finales de los años 1970 (me licencié en Filosofía de la Historia en 1979), y en una occidentalizada universidad mexicana, la muy libre Universidad Nacional Autónoma de México de los años 1980. En los últimos años de mi vida, y a pesar de estar enseñando en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, donde creí que era posible practicar a nivel superior los principios de la escuela activa, la crisis con mi formación se fue profundizando. En los últimos dos años llegué a pensar que todo lo aprendido conducía sólo a enfermar mi cuerpo (entendiéndolo como mi único instrumento de vida), pero que la vida sin conocimiento y construcción de instrumentos para el conocimiento no era tal.
El acercamiento a las formas de acceder al conocimiento de los pueblos Mixe, en México, y Nasa, en Colombia, así como a la idea zapoteca de que hay una ontología del cuerpo que se inscribe en la lengua que nombra el cuerpo como vehículo de la palabra, del ser, del decirse y del trascenderse (aún en el sentido de salirse de él) en la relación con lo animado y lo no animado, del ser que es en cuanto hace y deja de hacer en relación con lo que está en la misma relación, pero desde un ser distinto y comunitario (la piedra, el animal, la vegetación, la otra persona, la persona del otro sexo) me han llevado a este viaje último de seis meses, que anhelo reemprender y del que tengo miedo porque va a implicar una lejanía temporal con mi hija, quien no quiere volver a viajar aún.
Durante seis meses, con Helena y su pasión por lo visual, que se expresa en dibujos y fotografías, hemos intentando reconstruir y agrupar formas de pensar de las mujeres de los pueblos de Abya Yala desde algo que no eran los presupuestos  (o "fundamentas" muy bien desconstruidas por el filósofo Horacio Cerutti) de la modernidad emancipada: principalmente la idea de liberación individual, y la anterior construcción de la idea de individuo.
Adonde habíamos llegado lo sabremos sólo cuando este viaje vuelva a andar.
Por el momentoe stamos en al suspención de la suspención.
Y entonces yo leo Lo abierto de Giorgio Agamben. Paso los ojos por su reflexión sobre el hombre (así en masculino y, de hecho, dando pie a una reflexión muy masculina, donde las mujeres en la lectura que él hace de Walter Benjamin pertencemos a otro tipo de humanidad, no la que se libera, sino la que es instrumento de la liberación del otro, hasta que nosotras también podemos trascender nuestra propia escisión del animal en la satifacción sexual). Me duermo con el libro abierto en las piernas mientras espero a mi hija en su sección de análisis. Y sueño el estadio de superación de la escisión del ser humano construido por la historia y el mito del animal construido por el hombre como un ser sin memoria. Despierto y me pregunto cuál es mi función como historiadora del pensamiento humano, historiadora que a diferencia de mi padre y la gente formada en Roma, como mujer que estudia y se vive desde Abya Yala, ya sabe que la historia o es pluriversa o es construcción agresiva del universo masculino y colonizador, o se abre a muchas formas de aprehender el mundo, para vivirlo en armonía o en conflicto, o vuelve a perpetuar la colonialidad del conocimiento, de la construcción del saber. En pocas palabras, o la historia de América se escribe desde la historia de los 607 pueblos originarios, reconociendo sus derrotas, resistencias, pensamientos, expresiones artísticas como propias, sin escisión entre lo español y lo indígena, entre la gente de razón y la gente de naturaleza, entre esclaviza o explota y quien es esclavizado o se escapa, o seguirá siendo la historia de una colonia que se perpetua en formas diversas.
No es casual que lea a Agamben después de haber conocido a Aníbal Quijano en Lima. Quería conocerlo desde hacía tiempo. Me gusta encontrarme con las personas cuyos escritos me abruman e interesan. Le pedí de todas las formas a mi querida Rita Laura Segato que le pidiera permiso para darme su número de teléfono. Y don Aníbal Quijano como persona me sorprendió y agradó tanto como sus escritos contra el racismo, es afable, guapo y de palabra viva.
Hoy termino de leer Lo abierto y me encuentro con que la historia de los pueblos originales es a la historia de la colonia lo que la vida animal a la humanidad occidental: la construcción de una escisión que sólo la satisfacción sexual puede remontar.
Me rio. En muchas ocasiones les he dicho a mis estudiantes que las razas no existen pero que el racismo actúa porque es el resultado histórico del desenvolvimiento de la construcción de una idea. Si hubiera razas, en sentido biológico, los seres humanos no seríamos, todos, absolutamente todos, interfecundos.
En efecto, después de leer Lo abierto me queda la idea que la satisfacción sexual corta el vínculo del ser humano con "su" misterio, el que ha construido escindiéndose de lo animal, el que ha construido en la historia y el mito, haciendo que lo devuelva a la naturaleza y, a la vez, la trascienda así como la ha construido.
La satisfacción sexual es siempre dialogal, se logra con otra/o, pero nos hace conocer.
Por ello la sexualidad da miedo y para vivirse necesita de confianza, tanto de otorgarla como de construirla. En el cuadro de Tiziano que Agamben observa, y que hace años yo también pude ver, en efecto hay suspensión, hay tiempo, hay placer gozado que devela, vela y no le importa, porque los amantes están satisfechos y en su satifacción el ser humano es animal y humano y nada de ambas cosas, porque ambas cosas son construcciones.
La satisfacción sexual nos dice que como el lenguaje es un producto de una acción humana y un reenvío a la satisfacción total que todo animal busca en alguna de las actividades por las que vive la vida (como el succionar de la garrapata).
Me quedan muchas, ricas, preguntas:
¿Qué dice que lo abierto está abierto? ¿Qué es lo abierto? ¿Estoy abierta a liberarme del proyecto humano de separarse de la vida animal, de la racionalidad que no es sino dominio de la vida animal? ¿Abierta -es decir libre- a lo posible?