sábado, 2 de abril de 2011

Una mañana de sábado en el Distrito Federal: leyendo el periódico


Guillermo Scully, Guernica negro, 2008 -  Imagen en la portada de La Jornada de Enmedio, http://www.jornada.unam.mx/2011/04/02/enmedio.pdf
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Helena, hija del pintor fallecido en febrero, charla con La Jornada
Guillermo Scully, artista cabal, alejado de la cultura de mármol
Este 7 de abril se subastará obra de amigos en un bar de la Condesa
Arturo Cruz Bárcenas
Periódico La Jornada
Sábado 2 de abril de 2011, p. 9
La repentina muerte del pintor capitalino Guillermo Scully (1961-2011) contrasta con lo que fue su vida de artista: intensa y lejos de la cultura de mármol, expresó en entrevista con La Jornada Helena Scully Gargallo, de 16 años de edad, hija única del creador.
Era un artista en el gran sentido de la palabra, aunque nunca llegó a su máximo, de lo cual estaba muy consciente. Como dibujante era espectacular, lleno de vida; le encantaba caminar por el Centro.
Scully hubiera cumplido 50 años el pasado 6 de marzo, pero murió el 4 de febrero de este año.
La entrevista se efectuó en el café La Habana, de Bucareli y Morelos. “Era un bohemio, le gustaba el café. Le agradaba venir aquí, aunque no hay obra de él, pero sí en muchos sitios alrededor: en la Condesa, en el Café Illy. Hubo en sitios que ya cerraron, como el Bar Alfonso, en la calle Motolinía, y La Terraza, en el Zócalo. En el Centenario, de Coyoacán; en El Asado Argentino… en tantos lados. Incluso en Veracruz. Hizo portadas para discos, sobre todo para Pentagrama, en cuyas oficinas hay uno que otro cuadro. Hizo dibujos para revistas, para Algarabía.
Entre copas y pinceles fue logrando un estilo, el sesgo que es propio y que define una ruta.
Remembranzas
La mente de Helena retrotrae imágenes de cuando era niña. “Nunca viví con mi papá, pero lo veía seguido, casi a diario. Mis papás se divorciaron cuando yo tenía tres años.
Foto
Helena también planea una exposición con piezas de su padre, para octubre. La imagen, Tiempo de sax, de Guillermo Scully, para Ediciones Pentagrama
“Yo veía su manera de tomar como parte de su forma de vida. Siempre hablaba de literatura. Le gustaba mucho Borges; decía que él era el Aleph. Hablaba mucho de Saramago, de Rulfo y Pedro Páramo. En su último periodo estaba leyendo a los rusos; prefería a Dostoievski y conocía a Gogol.”
Helena conserva sólo dos cuadros que su papá le regaló en dos cumpleaños. Los galeristas ya no venden sus cuadros. “El decía: ‘soy el pintor más rápido del Oeste’. Podía hacer un cuadro bellísimo en un mes o en tres horas, o con tres trazos: Si necesitábamos comer hacía un cuadro rápido y venía al Centro a venderlo.
Actividades por el artista
Helena planea una muestra de la obra de su padre para octubre, por lo que pide a quien tenga cuadros que los preste para ese fin. Se le puede contactar al 04455-2113-6580 o al correo electrónico helena-scully@hotmail.com
El 7 de abril, algunos de sus amigos pintores participarán en una subasta con sus obras. Será en el Pata Negra, en la colonia Condesa, a las 20 horas.


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Bohemia y arte contra la guerra
Arturo Cruz Bárcenas
Periódico La Jornada
Sábado 2 de abril de 2011, p. 9
En las paredes y rincones especiales de El Asado Argentino (Insurgentes Sur, 3874) penden cuadros de Guillermo Scully, recientemente fallecido y a quien Osvaldo Caldú, dueño del restaurante, recuerda que miraba con ojos de gato.
Las anécdotas surgen conforme se recorre la obra de Scully. Caldú recordó cuando el pintor consiguió una mesa a cambio de un cuadro de mariachis borrachos. El cuadro quedó en manos de un anticuario que lo vendió, obra que paró con Nilda Patricia Velasco, esposa del ex presidente Ernesto Zedillo. Ella quiso conocer al artista. El Estado Mayor lo buscó durante cuatro días, pero nunca lo halló.
Cuando Scully agarraba el trago no lo soltaba en días. Solía ir de bar en bar, de cantina en cantina. Pudo haber sido el pintor del sexenio, porque la esposa de Zedillo quería encargarle trabajos, pero ese golpe de suerte no se dio y Scully siguió siendo Scully, reflexionó Caldú.
El restaurantero tiene mucha obra de Scully, quien le pagaba con cuadros. Eso hacía en otros negocios; sus pinturas están dispersas por la ciudad.
“Su ruta era la Tabacalera, la Roma, la Condesa y el Centro. Siempre hacía escala en mi negocio; hubo una racha en la que me dio muchos cuadros para pagar comida o parrandas.
Después induje a mis amigos a que le compraran obra, y cada viernes vendía un cuadrito en El Asado.
Aseguró que el recuerdo de Scully queda inconcluso porque su muerte fue repentina, imprevista. Por los días en que murió decía que iba a hacer un mural.
De una laptop va mostrando fotografías de cuando él, Scully y otros artistas, amigos y familiares, fueron a la embajada de Estados Unidos en el Distrito Federal para aventarle zapatos a George Bush, en su último día como mandatario del imperio.
Scully dibujó un tiro al blanco que tenía en el centro la cara del presidente gringo. Caldú hizo un arma estratégica: una resortera, con la cual los zapatos pasarían por encima de las eternas vallas que están sobre Reforma.
A ese grupo le llamaron Arte en Guerra contra la Guerra.
Se ve a Scully pintando contra la guerra. Se observa un dibujo donde un pintor se enfrenta a un tanque. El logo del grupo es una bomba llena de calaveras, aporte de Scully.
“No creo que haya alguien como él. Otros pintores son laboriosos, complicados. Él no. Dibujaba con plumón, carbón, sobre un papel o servilleta. Se le va a extrañar, suelta Caldú, casi como colofón.

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Neosurrealista lúdico*
Periódico La Jornada
Sábado 2 de abril de 2011, p. 9

Guillermo Scully es inventor del mito de sí mismo, de un yo que se regala al colectivo, de un porte que se hace arte. Para ello ha sido capaz de inventarse varios lugares de nacimiento y de fundar un movimiento plástico de un solo hombre, el neosurrealismo lúdico. Negro, blanco, indoafrolatinoamericano y caribeño, 75 por ciento zapoteca, adolescente hasta la vejez, fiestero empedernido, amante del movimiento cuando se condensa en la sensualidad del baile, dibujante de todas las mesitas de café de las plazas de Córdoba, en Veracruz, y del Centro de la ciudad de México, Guillermo Scully Fuentes crea y se inventa, entra y sale de los personajes de sus dibujos al pincel y tinta china como gato que prefiere los tejados a la seguridad de tierra firme.
Dibuja obsesivamente y descuida el color, ese accidente de la forma, como a veces lo define; deja correr el carboncillo y olvida el ensayo y la experimentación cual si fueran necesidades de otros; se repite con el pincel rápido y fecundo del movimiento del baile, una y otra vez, hasta lograr que el gesto se materialice en una imagen de sí mismo.
Aparentemente hedonista al punto de caer en la frivolidad, Guillermo Scully en su dibujo detiene lo efímero haciendo de un baile pasado de moda el patrón del comportamiento humano, una reacción a los eventos de crónica mundana.
Es, asimismo, lo suficientemente irónico para sonreír de la testarudez de su compromiso con la vida y de su indescriptible irresponsabilidad con los deberes sociales; pero es severo hasta obligarse cuando se trata de retratar la realidad de las nuevas mitologías urbanas y rurales del México invadido por una estética fútil, de sociedad de espectáculo.
Pero es en el baile donde se expresa la verdadera vocación nostálgica de este pintor, quien vive intensamente la búsqueda de su figuración. Sus trazos muestran una doble función, por un lado, la desmesura hedonista y sensual de sus bailarines y músicos que se manifiesta en líneas corporales sinuosas y rítmicas y, por el otro, líneas duras que enmarcan los rostros de sus personajes, en una reminiscencia del arte de los pueblos originarios mexicanos. Este aparente contraste da a su obra un equilibrio tal que sólo los asiduos a los salones de baile pueden identificar. Traduce la magia del danzón que envuelve a las parejas en una coreografía de ritmo y contención, al mismo tiempo.
Lo de los salones de baile, cuenta Scully, le viene de sus años en La Esmeralda, donde realizó sus estudios, cuando el maestro Lupito, así lo llamaban, los llevaba al Salón Colonia a tomar apuntes, lugar donde me volví obsesivo del salón de baile: era llenar libretas enteras de apuntes. Aunque el tema lo cautivaba desde la infancia, cuando se escapó de la casa para refugiarse en el puerto de Veracruz. O cuando a los 12 años viajó a Nueva Orleáns, invitado por una tía, y se paseó por Bourbon Street, atraído por los bares de topless y música.
Las escenas de baile, que se continúan en toda la obra de Scully, al igual que sus saxofonistas, pueden parecer caóticas; sin embargo, logran contenerse sobre el papel o dentro de la tela, sin temor a desbordamientos. Al respecto, escribe Lena García Feijóo: De Scully podríamos decir que es un pintor desenfrenado, si no fuera porque en su obra todo parece estar profundamente trabajado. Esas parejas en pleno danzón, de mujeres hermosas en su exuberancia, cubiertas con vestidos pegados a la piel y hombres que demuestren su virilidad sosteniéndolas entre sus brazos, constituyen un mundo de mujeres libres y valientes y hombres seductoramente rítmicos y oportunamente fuertes y cálidos.
También de papel son los saxofonistas que van surgiendo de las líneas de tinta y que se incorporan, poco a poco, descubriéndose, al ritmo de la música que se escucha. Esta acción directa de dibujar ante un público antes ocupado en pláticas y en beber dentro de un bar, lo llena de regocijo cuando llega a la pincelada final. Guillermo Scully es, en parte, hechura de su propia obra, es su propio personaje, precisamente porque también el artista, dice, “tiene que crear su propio mito; tiene que vivirlo y asumirlo para dar sustento a su misma interpretación plasmada en sus obras. Yo sí llevo un poco la vida al límite y sí me identifico con esa cuestión clásica que nos cuelgan a los artistas... la bohemia.
*Extracto tomado del ensayo inédito Siete pintores de una generación sin nombre, de Francesca Gargallo y Rosario Galo Moya



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