Mujeres tenían que ser: mojadas por la lluvia, desnudas, con un cordón amarillo alrededor del cuello, asesinadas. Dos periodistas mujeres, voces públicas, molestas al sistema. Marcela Yarce, fundadora de la revista Contralínea, y Rocío González Trápaga, reportera independiente, malpagada, que para sobrevivir había invertido sus ahorros en una casa de cambio.
Salieron por la noche de las oficinas de Contralínea, quedaron de verse en Metro Balderas, las periodistas no tienen horarios, pero a veces logran verse con una amiga, ir juntas a una reunión. Las periodistas trabajan a cualquier hora, pero el 31 de agosto eran las 21.30 cuando Marcela Yarce salió de Contralínea para encontrarse con su amiga. Nunca llegaron a descansar, a divertirse, a ver a sus familias, a saludar a sus amigos, a besar a la persona amada, a preparar la cena, a tomarse una cerveza. Fueron secuestradas. Las cámaras de videovigilancia del centro de la Ciudad de México no registraron ni dónde ni cuándo.
Fueron torturadas de miedo; aparentemente no había marcas de golpe en sus cuerpos. Fueron desnudadas, ahogadas, aterradas, asesinadas. Feminicidio por supuesto. Un delito que en la Ciudad de México se castiga con 60 años de cárcel. Cuando encuentran al, a los hombres que lo cometieron, es decir cuando lo investigan. Feminicidio, un delito que a la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal le viene rápido a la boca, después de que por años las feministas exigieron que se tipificara el asesinato de mujeres por ser mujeres, un delito común e impune. Feminicidio de dos periodistas: asesinato de voces críticas de mujeres, asesinato de la crítica pública llevada a cabo por dos mujeres.
Como todo feminicidio es un mensaje público: cuidado, mujeres, cuidado, periodistas, que no están seguras, nadie está ya seguro. Esos dos cuerpos abandonados en un jardín del barrio bravo icónico de la ciudad grande son un atroz mensaje de muerte para todas y todos: silencio, no digan nada, no reclRocío González Trápaga y Marcela Yarce, asesinadasamen, no denuncien, no hay lugares seguros.
Contralínea acababa de publicar que en los últimos 5 años la desaparición de mujeres en México se ha incrementado en un 900%, 1000 mujeres y niñas han desaparecido, en efecto, pero hay un solo consignado. Ha publicado investigaciones de fondo sobre la pésima escuela mexicana y la exclusión de hecho de que son víctimas las y los estudiantes que intentan superar el examen de ingreso a las universidades públicas, sobre feminicidio y corrupción, sobre racismo, narcotráfico y casinos y persecución a los sindicatos independientes y…. Hace poco más de un año, las oficinas de Contralínea, en el centro histórico de la Ciudad de México, fueron saqueadas por desconocidos que se llevaron computadoras, memorias y material contable.
Pero debían ser mujeres las asesinadas, las despojadas de vida, las mostradas muertas en un jardín de Iztapalapa. Mujeres, porque sus cuerpos aúllan impunidad, la prueba del castigo y el aviso: cállense, censúrense.
Las periodistas, reporteras, analistas sufren agresiones, amenazas, intimidaciones, intentos de corrupción y muerte como sus compañeros hombres. México es el país más violento y peligroso de Occidente contra los periodistas, rebasando los 8 asesinatos al año (74 desde el año 2000). Pero la Ciudad de México, especie de oasis en un país hundido en una violencia sangrienta y sin explicaciones, no vivía un hecho parecido desde el asesinato de Manuel Buendía en 1984. Al hombre lo mataron a tiros frente a sus oficinas. Un periodista importante, una tarde de lluvia, el tráfico detenido en la Avenida Insurgentes. Luego, los intentos de hacer creer que fue un delito pasional. A las dos mujeres las desaparecieron, las desnudaron, expusieron sus cadáveres: feminicidio sí, tiene todas sus características, pero feminicidio de dos periodistas, dos mujeres con nombre y apellido, con un rostro público. Luego, ¿intentarán decir que la casa de cambio donde había invertido sus ahorros González Trápaga estaba vinculada al narcotráfico? El narco se ha convertido en la versión moderna del delito pasional: todo cabe sabiéndolo acomodar.
Terrible. Pero no se pueden apagar todas las voces, cerrar todos los ojos, tapar todos los oídos, dejar sin tinta a todas las plumas, esto gracias a personas como tú. Besos a las 2.
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