sábado, 2 de abril de 2011

Una mañana de sábado en el Distrito Federal: leyendo el periódico


Guillermo Scully, Guernica negro, 2008 -  Imagen en la portada de La Jornada de Enmedio, http://www.jornada.unam.mx/2011/04/02/enmedio.pdf
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Helena, hija del pintor fallecido en febrero, charla con La Jornada
Guillermo Scully, artista cabal, alejado de la cultura de mármol
Este 7 de abril se subastará obra de amigos en un bar de la Condesa
Arturo Cruz Bárcenas
Periódico La Jornada
Sábado 2 de abril de 2011, p. 9
La repentina muerte del pintor capitalino Guillermo Scully (1961-2011) contrasta con lo que fue su vida de artista: intensa y lejos de la cultura de mármol, expresó en entrevista con La Jornada Helena Scully Gargallo, de 16 años de edad, hija única del creador.
Era un artista en el gran sentido de la palabra, aunque nunca llegó a su máximo, de lo cual estaba muy consciente. Como dibujante era espectacular, lleno de vida; le encantaba caminar por el Centro.
Scully hubiera cumplido 50 años el pasado 6 de marzo, pero murió el 4 de febrero de este año.
La entrevista se efectuó en el café La Habana, de Bucareli y Morelos. “Era un bohemio, le gustaba el café. Le agradaba venir aquí, aunque no hay obra de él, pero sí en muchos sitios alrededor: en la Condesa, en el Café Illy. Hubo en sitios que ya cerraron, como el Bar Alfonso, en la calle Motolinía, y La Terraza, en el Zócalo. En el Centenario, de Coyoacán; en El Asado Argentino… en tantos lados. Incluso en Veracruz. Hizo portadas para discos, sobre todo para Pentagrama, en cuyas oficinas hay uno que otro cuadro. Hizo dibujos para revistas, para Algarabía.
Entre copas y pinceles fue logrando un estilo, el sesgo que es propio y que define una ruta.
Remembranzas
La mente de Helena retrotrae imágenes de cuando era niña. “Nunca viví con mi papá, pero lo veía seguido, casi a diario. Mis papás se divorciaron cuando yo tenía tres años.
Foto
Helena también planea una exposición con piezas de su padre, para octubre. La imagen, Tiempo de sax, de Guillermo Scully, para Ediciones Pentagrama
“Yo veía su manera de tomar como parte de su forma de vida. Siempre hablaba de literatura. Le gustaba mucho Borges; decía que él era el Aleph. Hablaba mucho de Saramago, de Rulfo y Pedro Páramo. En su último periodo estaba leyendo a los rusos; prefería a Dostoievski y conocía a Gogol.”
Helena conserva sólo dos cuadros que su papá le regaló en dos cumpleaños. Los galeristas ya no venden sus cuadros. “El decía: ‘soy el pintor más rápido del Oeste’. Podía hacer un cuadro bellísimo en un mes o en tres horas, o con tres trazos: Si necesitábamos comer hacía un cuadro rápido y venía al Centro a venderlo.
Actividades por el artista
Helena planea una muestra de la obra de su padre para octubre, por lo que pide a quien tenga cuadros que los preste para ese fin. Se le puede contactar al 04455-2113-6580 o al correo electrónico helena-scully@hotmail.com
El 7 de abril, algunos de sus amigos pintores participarán en una subasta con sus obras. Será en el Pata Negra, en la colonia Condesa, a las 20 horas.


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Bohemia y arte contra la guerra
Arturo Cruz Bárcenas
Periódico La Jornada
Sábado 2 de abril de 2011, p. 9
En las paredes y rincones especiales de El Asado Argentino (Insurgentes Sur, 3874) penden cuadros de Guillermo Scully, recientemente fallecido y a quien Osvaldo Caldú, dueño del restaurante, recuerda que miraba con ojos de gato.
Las anécdotas surgen conforme se recorre la obra de Scully. Caldú recordó cuando el pintor consiguió una mesa a cambio de un cuadro de mariachis borrachos. El cuadro quedó en manos de un anticuario que lo vendió, obra que paró con Nilda Patricia Velasco, esposa del ex presidente Ernesto Zedillo. Ella quiso conocer al artista. El Estado Mayor lo buscó durante cuatro días, pero nunca lo halló.
Cuando Scully agarraba el trago no lo soltaba en días. Solía ir de bar en bar, de cantina en cantina. Pudo haber sido el pintor del sexenio, porque la esposa de Zedillo quería encargarle trabajos, pero ese golpe de suerte no se dio y Scully siguió siendo Scully, reflexionó Caldú.
El restaurantero tiene mucha obra de Scully, quien le pagaba con cuadros. Eso hacía en otros negocios; sus pinturas están dispersas por la ciudad.
“Su ruta era la Tabacalera, la Roma, la Condesa y el Centro. Siempre hacía escala en mi negocio; hubo una racha en la que me dio muchos cuadros para pagar comida o parrandas.
Después induje a mis amigos a que le compraran obra, y cada viernes vendía un cuadrito en El Asado.
Aseguró que el recuerdo de Scully queda inconcluso porque su muerte fue repentina, imprevista. Por los días en que murió decía que iba a hacer un mural.
De una laptop va mostrando fotografías de cuando él, Scully y otros artistas, amigos y familiares, fueron a la embajada de Estados Unidos en el Distrito Federal para aventarle zapatos a George Bush, en su último día como mandatario del imperio.
Scully dibujó un tiro al blanco que tenía en el centro la cara del presidente gringo. Caldú hizo un arma estratégica: una resortera, con la cual los zapatos pasarían por encima de las eternas vallas que están sobre Reforma.
A ese grupo le llamaron Arte en Guerra contra la Guerra.
Se ve a Scully pintando contra la guerra. Se observa un dibujo donde un pintor se enfrenta a un tanque. El logo del grupo es una bomba llena de calaveras, aporte de Scully.
“No creo que haya alguien como él. Otros pintores son laboriosos, complicados. Él no. Dibujaba con plumón, carbón, sobre un papel o servilleta. Se le va a extrañar, suelta Caldú, casi como colofón.

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Neosurrealista lúdico*
Periódico La Jornada
Sábado 2 de abril de 2011, p. 9

Guillermo Scully es inventor del mito de sí mismo, de un yo que se regala al colectivo, de un porte que se hace arte. Para ello ha sido capaz de inventarse varios lugares de nacimiento y de fundar un movimiento plástico de un solo hombre, el neosurrealismo lúdico. Negro, blanco, indoafrolatinoamericano y caribeño, 75 por ciento zapoteca, adolescente hasta la vejez, fiestero empedernido, amante del movimiento cuando se condensa en la sensualidad del baile, dibujante de todas las mesitas de café de las plazas de Córdoba, en Veracruz, y del Centro de la ciudad de México, Guillermo Scully Fuentes crea y se inventa, entra y sale de los personajes de sus dibujos al pincel y tinta china como gato que prefiere los tejados a la seguridad de tierra firme.
Dibuja obsesivamente y descuida el color, ese accidente de la forma, como a veces lo define; deja correr el carboncillo y olvida el ensayo y la experimentación cual si fueran necesidades de otros; se repite con el pincel rápido y fecundo del movimiento del baile, una y otra vez, hasta lograr que el gesto se materialice en una imagen de sí mismo.
Aparentemente hedonista al punto de caer en la frivolidad, Guillermo Scully en su dibujo detiene lo efímero haciendo de un baile pasado de moda el patrón del comportamiento humano, una reacción a los eventos de crónica mundana.
Es, asimismo, lo suficientemente irónico para sonreír de la testarudez de su compromiso con la vida y de su indescriptible irresponsabilidad con los deberes sociales; pero es severo hasta obligarse cuando se trata de retratar la realidad de las nuevas mitologías urbanas y rurales del México invadido por una estética fútil, de sociedad de espectáculo.
Pero es en el baile donde se expresa la verdadera vocación nostálgica de este pintor, quien vive intensamente la búsqueda de su figuración. Sus trazos muestran una doble función, por un lado, la desmesura hedonista y sensual de sus bailarines y músicos que se manifiesta en líneas corporales sinuosas y rítmicas y, por el otro, líneas duras que enmarcan los rostros de sus personajes, en una reminiscencia del arte de los pueblos originarios mexicanos. Este aparente contraste da a su obra un equilibrio tal que sólo los asiduos a los salones de baile pueden identificar. Traduce la magia del danzón que envuelve a las parejas en una coreografía de ritmo y contención, al mismo tiempo.
Lo de los salones de baile, cuenta Scully, le viene de sus años en La Esmeralda, donde realizó sus estudios, cuando el maestro Lupito, así lo llamaban, los llevaba al Salón Colonia a tomar apuntes, lugar donde me volví obsesivo del salón de baile: era llenar libretas enteras de apuntes. Aunque el tema lo cautivaba desde la infancia, cuando se escapó de la casa para refugiarse en el puerto de Veracruz. O cuando a los 12 años viajó a Nueva Orleáns, invitado por una tía, y se paseó por Bourbon Street, atraído por los bares de topless y música.
Las escenas de baile, que se continúan en toda la obra de Scully, al igual que sus saxofonistas, pueden parecer caóticas; sin embargo, logran contenerse sobre el papel o dentro de la tela, sin temor a desbordamientos. Al respecto, escribe Lena García Feijóo: De Scully podríamos decir que es un pintor desenfrenado, si no fuera porque en su obra todo parece estar profundamente trabajado. Esas parejas en pleno danzón, de mujeres hermosas en su exuberancia, cubiertas con vestidos pegados a la piel y hombres que demuestren su virilidad sosteniéndolas entre sus brazos, constituyen un mundo de mujeres libres y valientes y hombres seductoramente rítmicos y oportunamente fuertes y cálidos.
También de papel son los saxofonistas que van surgiendo de las líneas de tinta y que se incorporan, poco a poco, descubriéndose, al ritmo de la música que se escucha. Esta acción directa de dibujar ante un público antes ocupado en pláticas y en beber dentro de un bar, lo llena de regocijo cuando llega a la pincelada final. Guillermo Scully es, en parte, hechura de su propia obra, es su propio personaje, precisamente porque también el artista, dice, “tiene que crear su propio mito; tiene que vivirlo y asumirlo para dar sustento a su misma interpretación plasmada en sus obras. Yo sí llevo un poco la vida al límite y sí me identifico con esa cuestión clásica que nos cuelgan a los artistas... la bohemia.
*Extracto tomado del ensayo inédito Siete pintores de una generación sin nombre, de Francesca Gargallo y Rosario Galo Moya



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miércoles, 23 de marzo de 2011

La calle es de quien la camina: Dialogos Sur-Norte: Victoria y Francesca

La calle es de quien la camina: Dialogos Sur-Norte: Victoria y Francesca

Dialogos Sur-Norte: Victoria y Francesca

A propósito del swinging político analizado por Victoria Aldunate

Swinging:
la primera vez que escuché el término fue
hace unos quince años, de un amigo cineasta que había sido jesuita y ahora iba a bares para intercambiarse de pareja sin perder ni higiene, ni blancura, ni segura masculinidad atenta a una feminidad construida desde los parámetros del hombre que decide cuál es la sexualidad adecuada para la humanidad entera.
Swinging que no cambia nada.
Tu descripción del swinging político, mi querida Victoria, con la visita de Obama, tan hermosamente negro como un blanco lo desearía, tan elegantemente bien educado por universidades que cuidan ser las dueñas del pensamiento hegemónico, tan seguramente no indio, no pobre, no local, no campesino, no mujer, no joven ,no viejo,
digo, con la visita de Obama a los hermanitos pobres y lamebotas (versión mexicana de chupamedias) del patio trasero de América Latina (¿latina? ¿y los que no hablan ni español ni portugués ni francés, los 607 pueblos y naciones de Abya Yala por qué deberían reconocerse en lo latino? ¿América? ¿Por qué las tierras de un continente que albergó en las costas de Perú al tercer foco civilizatorio del mundo, el centro civilizatorio de Caral, con sus 20 ciudades sin muros ni armas, 20 ciudades de hace 5200 años, centro erigido después de Mesopotamia y al mismo tiempo que Egipto, antes que China, Fenicia, Grecia y demás, por qué este continente debería tener el nombre de un intelectualoide mercante y espía de la corte de los Médicis de Florencia?)
digo, con la visita de Obama a su hermanito lamebotas y riquillo con ganas de más de Chile, y su posterior viaje con el izquierdista de CNN de El Salvador, que ha intercambiado (¿swingingeado?) el poder con una de las derechas más oscurantistas del continente, tal que no ha sabido darle a la hora del golpe de estado que sufrieron en junio de 2009 apoyo a sus hermanos de Honduras (esos sí: hermanas y hermanos indios, negros, mestizos, pobres, campesinos), tal que no se atreve a una revolución cultural dirigida por una mujer en diálogo con todos los sectores de la población de su país (hace un año y medio corrió del Ministerio de Cultura a Brenny Cuenca, una socióloga amante del cine, la pintura, la poesía, no feminista pero abierta a su ser mujer, etc. etc. etc), tal que siente horror por Chávez, por Castro, por su igualmente machín pero derrocado vecino Celaya, pero se pone de manteles largos para recibir a su imperialista Big Brother del norte
digo, con la visita de Obama a América del Sur y Central (a México es inútil que venga, a su achichincle -¿sirviente, pinche, cómo se le dice en América del Sur?- de Los Pinos le dicta órdenes sin necesidad de sonrisas) el significado del swinging se me hizo totalmente claro
Un beso desde América del norte (que eso somos desde el Istmo de Tehuantepec para arriba y que eso nunca seremos cuando reconozcamos que es la historia la que hace en su diferencia a la humanidad)
Francesca


Swinging, abusos y Obama
Demos Gracias al Señor… No desayunó con el chupamedias porque tenía un mejor destino: la “izquierda pragmática” de El Salvador. De seguro, en $hile, extrañó a Bachelet, pero hubo consuelo: Lagos.
Victoria Aldunate Morales | Para Kaos en la Red | Hoy a las 3:02 | 111 lecturas
www.kaosenlared.net/noticia/swinging-abusos-y-obama
El Nobel hombre sabía a lo que venía, que los presidentes del e$tado de $hile hacen swinging entre ellos, siempre, Pino$hetismo-Concertación-Dere$hismo y lo que vendrá… Un swinging, nada erótico, más bien violatorio para las demás.
 
Obama también lo hace. Lo hizo con Bush, se intercambió. En 2010 envío 17 mil militares yanqui a la guerra de Afganistán, seguido de Zapatero, mientras ahora mismo, envía sus tropas a Libia junto a Sarkozy y Cameron, Tony Blair, mediante, y en nombre de la insuperable Margaret Thatcher-. El swinging abusivo de la moneda no tiene tanto que envidiarle al de las ligas mayores, aunque –aún- juega en las menores...
 
Es por esto que El Vaticano y Obama, nos miran. Somos un ejemplo. Hay que agregar al currículo patriótico estos episodios -junto con los 33 y el terremoto-. Fuimos una atracción importante en el Nobel tour, y además, el Vaticano ha escuchado a “los” abusados de este territorio… Tortuosas negociaciones van caminando junto a estas cruces del fin del mundo. Cruces de un sur “ejemplar” que ya no le importa a los “buenos” del planeta. La cooperación flirteó mientras hubo esperanza de represas, bosques y mares –faltaban solo las plantas de energía nuclear-. Y los movimientos sociales de alrededor, nos enamoran de cuando en cuando, conquistándonos con halagos… luego ven a través de nosotras… Que se desangre Wallmapu, que las mujeres pobres sigan abortando con un par de palillos por la vagina, que la pobreza disfrazada inunde los inviernos, que se encarcele, se torture, se persiga, se proteste y se denuncie. No es tema.
 
La acidez que nos caracteriza a los de este territorio, está demás en momentos como estos en que es una bendición que se reconozca a los abusados. Más si son blancos, hermosos, intelectuales y de gran prestancia, y que El Nobel husmeara nuestro hedor, debe dejarnos contenidos de reconocimiento… Rezar y agradecer por los favores concedidos, es lo que nos queda. El Vaticano y Obama, nos ven.
 
Tortuosidades, niños en carne viva, eclesiásticos abusos sexuales, se pagan con confesiones de balde, heridas sangrantes, estigmas secretos... LEER MÁS
 
saludos
victoria 

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"La pequeñez separa, el aliento une, seamos amplias y grandes. No subestimemos cosas vitales por el sinfín de nimiedades que nos confrontan. Una verdadera concepción de la relación de los sexos no admitirá conquistadas y conquistadores, sólo sabe de una cosa: brindarse ilimitadamente para encontrase a sí misma más rica, más profunda. Sólo eso llenará el vacío y transformará la tragedia de la emancipación en alegría- ilimitada alegría.-".
Emma Goldmann

lunes, 21 de marzo de 2011

TRES DÍAS, TRES LUCES, TRES NOCHES

MÁS HISTORIAS DE APAGONES Y RELÁMPAGOS

19 de marzo de 2011.
La luna anda extraña. Crece, se resbala
no duerme.
Su ojo abierto en la noche alucinada distrae
esta ciudad de ratas soles y muertes
distrae
el transeúnte
la durmiente no se ilumina ni puede dormir
la luna distrae
distrae.  
Demasiado grande, blanca a más no poder
farol tras la persiana a medio cerrar
distrae la luna amada, distante al amor
y símbolo de los amantes.

20 de marzo de 2011
Radiaciones desde Japón.
Como en mi infancia vuelven las recomendaciones
los miedos a la lluvia radiactiva
las discusiones sobre la ciencia, la inconciencia
los necesarios límites al hacer.
Millones en Japón tiemblan al frío de la nación más sabia
el terremoto ha destruido sus casas, el maremoto enarbola el pánico.
Mientras, cuatro reactores nucleares cumplen su destino
se inunda de radiaciones la atmósfera
hay héroes inútiles entre los bomberos
y la madre que llora a su hijo es inconsolable.

 

21 de marzo de 2011
Primavera, por supuesto.
Año nuevo entre persas, náhuas y más pueblos.
Hace calor en México, frío donde entra el otoño o el invierno ha sido persistente.
Yo no hago nada, sólo despierto con vagos dolores.
Las hojas de un arce asmático tiemblan al viento de los tubos de escape
mi ventana se tiñe de azul.


Espero una lluvia que dé cauce a tanta melancolía.

miércoles, 9 de marzo de 2011

De regreso a las andanzas

Del bus al avión, de Morelos a Chihuahua, México es mi primer, mi más amado, mi nada fácil territorio de diálogo y admiración con las mujeres latinoamericanas.
México es mi primer viaje. El constante, el que no termina.
México es una historia que me gusta escuchar, en que quiero intervenir.
Así que vuelvo a las tortillas recién echadas al comal en las faldas del Popocatepetl, sorteo una tromba de agua que deja Cuatla sin luz por media hora, me subo a un avión entre menonitas y rarramuris y llego al estado que todo México teme y que está enseñando a todo México cómo resistirse a ser derrotadas por la violencia institucionalizada de la delincuencia organizada. Chihuahua es para mí una enseñanza sin fin.
Desde luego, voy porque estoy invitada.
Invitada a hablar.
Quisiera escuchar a estas mujeres maravillosas, pero digo:

Me resulta extraño, aunque me da muchísimo gusto haber sido tomada en consideración para poder hacerlo, estar hoy aquí en Chihuahua para hablar de nuestra situación y nuestra posición política como mujeres ante un siglo XXI que se nos abre, a nivel mexicano e internacional, como conflictivo desde la perspectiva económica, social y de seguridad personal y colectiva. Hace poco más de un mes estaba en Bolivia, punto de llegada de seis meses de viaje de comunidad en comunidad escuchando a las mujeres de diversos pueblos originarios hablar de su condición como mujer y sus perspectivas de liberación. Volví por motivos ajenos a mi voluntad, pero muy arropada por la gente que más amo. Ayer estaba en Hueyapan, Morelos, una comunidad náhuatl, donde las mujeres y los hombres se han organizado de forma autónoma para la defensa del agua, de la tierra y de la economía agrícola y donde se está llevando a cabo el VI Encuentro Continental de Mujeres Indígenas de las Américas.
Estas actividades, estos viajes, muestran claramente que estoy convencida que el feminismo necesita abrirse al diálogo con las mujeres todas; eso es, debemos volver a dialogar entre nosotras, liberándonos de ideas compradas o que nos venden, para efectuar la gran revolución epistémica, es decir la gran revolución del aprendizaje, que nos va a llevar a cambiar las relaciones jerárquicas entre mujeres y hombres, entre mujeres de diferentes culturas, entre mujeres de diferentes clases sociales, lo cual en América, o si prefieren en Abya Yala, el nombre kuna que designa a nuestro continente sin asignarlo a una condición colonial, pues lo cual en Abya Yala implica desconstruir, desechar, superar el racismo.
Como ustedes saben, hace 101 años la socialista alemana Clara Zetkin, fundadora de la revista Die Gleichheit (La igualdad),  propuso instaurar un día internacional de homenaje a las mujeres obreras que habían dado su vida para exigir una mejora sustancial a sus condiciones laborales. Lo hizo durante el II Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, realizado del 25 al 27 de agosto de 1910 en Copenhague, ante un centenar de delegadas de 17 países.
Las razones de tal propuesta eran evidentes, pues entonces como es nuevamente cierto hoy, la jornada de ocho horas era una utopía, así como lo eran el derecho a la sindicalización, a la seguridad social, a la salud y al retiro, las vacaciones pagas, el acceso a la educación, guarderías seguras para las hijas e hijos, el pago de horas extra y la igualdad salarial con los hombres. Por supuesto, en 1911, cuando se conmemoró por primera vez el Día Internacional de la Mujer, una de las principales demandas feministas era el derecho al voto activo y pasivo, mismo del que hoy las mujeres gozamos, aunque, en la confusión política en que nos vemos envueltas, por momentos nos asalta la duda de que sirva de algo.
De ninguna manera quiero menospreciar la importancia de haber accedido a la ciudadanía, lejos de mí la idea de disminuir el valor del instrumento legal con el que sufragar la propia opción por un tipo de gobierno mediante la elección de los y las representantes de un colectivo nacional. Únicamente quiero darle voz a una incómoda sensación que muchas compartimos, pues parece que hoy el voto reviste una importancia mucho menor que hace cien años para la manifestación de nuestra voluntad y muchas mujeres y hombres empezamos a dudar de que sufragarlo sea algo más que una formalidad de la burocracia política. En otras palabras, quiero subrayar la crisis del sistema y, a la vez, la necesidad que las mujeres hagamos nuestra la democracia, que le demos un significado desde nuestros cuerpos y nuestra vital necesidad de ser parte de la política como sistema de organización de la colectividad.
Actualmente las mujeres sabemos que, a 100 años de iniciar un movimiento mundial para el reconocimiento y la visibilidad de nuestras demandas y nuestras vidas, en todo el mundo seguimos siendo discriminadas, violentadas, asesinadas y nuestros derechos siguen siendo ignorados y pisoteados por las sociedades y los Estados. Sin embargo, votamos proyectos, escogemos representantes, nos dirigimos a las instancias nacionales e internacionales para reclamar la protección de los derechos que vamos identificando como fundamentales para nuestro bienestar. La molesta sensación de que las personas que hemos votado no responden a los motivos por los cuales las hemos escogido, nos lleva a percibir los instrumentos legales de la democracia como el andamiaje de una estructura inmovilista, conservadora.
Es un hecho que entre los sectores populares, juveniles e intelectuales de todos los países se extiende la sensación de que hay algo de hipócrita y mentiroso en la idea, repetida machaconamente por todos los medios, que la democracia coincide con la posibilidad de emitir un voto, cuando en ningún lado parece que el pueblo, entendido como un colectivo plural de mujeres y hombres, puede expresar su mandato y demandar la realización de peticiones correspondientes a sus necesidades. Eso es, se extiende la sensación de que los candidatos y candidatas (aunque éstas sean siempre menos que aquellos) a ser nuestros representantes no responden a nuestros intereses, nos son impuestos por estructuras ajenas, o son impedidos por dinámicas que los trascienden a trabajar para el cumplimiento de lo requerido por sus votantes.
La violencia callejera, la organización delincuencial, el ejercicio de la censura, las agresiones misóginas, la represión de las sexualidades, el racismo, el abuso de autoridad, el excesivo enriquecimiento de algunas personas o grupos, la criminalización de la crítica, la destrucción ambiental, el control de los cuerpos, la ilegalización de las migraciones, el uso de nuestros impuestos para el pago de militares y policías siempre más represivos son, de hecho, mecanismos con los que la política de la representación es disminuida, cuando no directamente impedida.
Es difícil creer que un gobierno responda a un pueblo cuando las organizaciones civiles con las que intenta sustituir el vacío de acción al que lo han orillado los partidos y las instituciones estatales, y que desde hace unos treinta años imponen el reconocimiento de su función política ciudadana, son perseguidas y sus activistas, mujeres y hombres, son asesinadas, silenciadas, amenazadas.
A las mujeres, en particular, nos resulta difícil creer que la democracia que sostenemos con ponderar y sufragar nuestro voto sea real cuando, al demandar reformas legales de los gobiernos electos,  impulsamos de manera organizada que se promulguen leyes que son sistemáticamente incumplidas en nuestra realidad cotidiana. Para poner un ejemplo, ¿cómo podemos creer que es democrático un gobierno que irrespeta su propia Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, si el más simple, el fundamental derecho a la vida, nos es arrebatado por cualquiera sin que el estado, sus instituciones y sus agentes, intervengan para protegerlo?
Si a ello agregamos la sensación de ser abusadas en nuestras expectativas de vida, de acceso al conocimiento y de justicia por las empresas transnacionales e industrias petroleras, mineras, farmacéuticas, militares, financieras, alimentarias, de alta tecnología, mediáticas y de entretenimiento, para las que nos crece cada día más la duda que trabajan las policías, los jueces y los ejércitos que deberían garantizarnos el ejercicio de nuestros derechos, la crisis de validez del sistema democrático se amplía hasta dejarnos con la sensación que no tenemos salida.
En los últimos años, las mujeres hemos vivido un vertiginoso retroceso en relación a los derechos que peleamos desde la década de 1970: los feminicidios se han incrementado en más de un 40% en México y América Central desde el periodo 2005-2009 (en México eso se refleja en los datos del INEGI, que por momentos son dramáticos, como cuando revelan que desde ese periodo el incremento de los asesinatos de mujeres en Baja California ha sido del 450%), las autoridades minimizan el problema y no hay respuestas adecuadas a esta escalada mortal, la televisión y la publicidad utilizan nuestros cuerpos como productos comerciales, el hostigamiento sexual es tratado con ligereza por quienes deben combatirlo, la educación sexual es soslayada en las escuelas,  la trata de mujeres y la esclavitud sexual es minimizada por las autoridades judiciales, seguimos ganando menos que los hombres a pesar de que las exigencias sobre nuestra preparación y nuestro aspecto físico y de presentación sean mayores y seguimos siendo no contratadas o despedidas de los trabajos cuando estamos embarazadas. No obstante, parece que ya no somos capaces de exigir el reconocimiento de nuestros derechos como en 1911, ni de dar vida a un movimiento libertario y masivo como el que se generó mundialmente alrededor del feminismo de la liberación en la década de 1970, porque suponemos tener los derechos que en ese entonces pedíamos.
Se trata de una debilidad aparente, sin embargo. En realidad las mujeres hoy nos confrontamos con reacciones brutales a nuestra mayor libertad de movimiento y decisión, alcanzada gracias a los feminismos de principios y de finales del siglo XX. Detengámonos un momento sobre dos ejemplos de nuestra realidad, pensemos en los asesinatos como mordazas y en la construcción de grupos de mujeres patriarcales organizados para golpear a las mujeres que se reivindican como personas autónomas del sistema patriarcal. En Chihuahua, donde la persecución de las familiares de las defensoras de derechos humanos se ha convertido en una práctica desestabilizadora de la relación entre sociedad civil y autoridades bastante común, es fácil entender lo contundente de la actual exigencia política de confrontación de las mujeres con la reacción de los sectores conservadores, sectores capaces de utilizar aliados que en momentos de mayor sosiego tienden a esconder y calificar de lo que son: bandidos, elementos antisociales, delincuentes.
La apariencia de la menor fuerza y contundencia de nuestro accionar, de todas formas, devela la crisis de la organización política que acompaña la crisis de la idea de democracia representativa.
Donde no hay organización partidaria ni movimiento social, la atomización de la participación ciudadana puede provocar la desaparición del reconocimiento de las mujeres como sujeto colectivo y devenir en una hiperindividualizada reivindicación de opciones comerciales. A favor de esta atomización, desde la década de 1980, han actuado voluntaria o involuntariamente las Organizaciones No Gubernamentales y las asociaciones civiles que atendían casos, proyectos y sectores específicos de mujeres, haciéndoles perder el enorme panorama de su necesidad de liberación sexual. Ahora bien, la violencia cotidiana pone a todas las mujeres ante la realidad de tener que garantizarse la sobrevivencia por sus propios medios, los de la solidaridad feminista.
Los secuestros y asesinatos de los familiares de mujeres que se han distinguido por exigir justicia en el mundo,  los asesinatos de Marisela Escobedo y Susana Chávez, así como el de Josefina Reyes, su hermana, cuñada y otras mujeres en Ciudad Juárez, y los demás casos de violencia misógina institucional pueden exasperar la necesidad de solidaridad entre nosotras; y también pueden unirnos en el estallido de una rebelión como nuestra oportunidad de liberarnos y vivir.
Raúl Zibechi, el acompañador uruguayo de los movimientos sociales en América Latina, sostuvo en un artículo publicado el 24 de febrero de 2011 en La Jornada que, actualmente, la creciente desarticulación del sistema capitalista “se va a llevar por delante a muchos gobiernos y también algunos estados, sean conservadores, progresistas o del color que deseen pintarse. Entramos en una fase de descontrol generalizado –agrega- en la cual las viejas fronteras izquierda-derecha, centro-periferia y hasta las ideologías hegemónicas, tenderán a desdibujarse”.  Hace dos años,  Zibechi y yo coincidimos en Colombia. Fuimos a conocer el proyecto de una escuela fundada, sostenida y apoyada por una panadería autónoma de pobladoras, una escuela sin puertas de cuya biblioteca nunca ha desaparecido un solo libro. Maestros, fundadoras y estudiantes afirman que una escuela no tiene porqué tener puertas, pues es un espacio necesario a la sociedad y ésta no puede darle miedo a sus miembros. Estábamos muy emocionados por el aprendizaje de autonomía que recibíamos en una de las ciudades perdidas que el gobierno de Uribe definía como de las más peligrosas del mundo, Ciudad Bolívar. Entonces, Zibechi me dijo que para él el sujeto político del siglo XXI es “la madre popular”, un sujeto que bien puede ser mujer u hombre pero que es femenino en su construcción social, así como era masculino, fuera mujer u hombre, el obrero de la lucha fabril de los siglos XIX y XX. La madre popular es un sujeto político capaz de acompañar y arropar a las personas concretas que participan de movimientos antisistémicos activados por los sectores populares; un sujeto que, a la vez, modifica los ejes analíticos de la realidad y organiza su actuar alrededor de elecciones éticas.
Yo nunca he tenido dudas de que el feminismo sea un movimiento social y que como tal participa de las luchas emancipatorias de la humanidad. Sin embargo, creo que como las luchas populares que se están llevando a cabo en Bolivia, en los países árabes, en Wisconsin, como el movimiento de resistencia contra el golpe de estado en Honduras y como el fortalecimiento de las nacionalidades indígenas de Abya Yala, el feminismo  actúa contra la tiranía de los poderes instituidos, contra el patriarcado y sus redes misóginas, y no repara si se escudan bajo máscaras de izquierda o de derecha, si son dirigidas por el empresario Berlusconi o el revolucionario Daniel Ortega, ambos hostigadores de menores de edad. El feminismo no puede sostenerse en cálculos de conveniencias.
Menos aún en las sociedades latinoamericanas, todas de origen colonial pues ningún pueblo originario puede reconocerse ni en lo latino ni en lo americano. En nuestras sociedades el racismo es pan de cada día aunque la retórica cultural lo niegue (la retórica del mestizaje generalizado), y la discriminación de género se ha erigido en un patrón de occidentalidad, adquiriendo rasgos de represión de las identidades sexuales disidentes, sean éstas las identidades de mujeres no dominadas, de hombres y mujeres no heterosexuales, o de hombres no machistas, se expresa en todos los espacios de convivencia.
Nunca podemos olvidar, si tenemos un deseo de transformar la realidad más fuerte que la duda o decepción que sentimos ante la idea de democracia, que sexismo y racismo son construcciones coloniales que tienden a negar que a) no somos europeos ni descendientes directos de los conquistadores y b) que no somos todos hombres, invisibilizando tanto la historia indígena que nos conforma como el hecho que todos los pueblos son en un 50% femeninos.
Desde hace más de 500 años las mujeres somos usadas como piezas políticas de los intereses de la jerarquía católica blanca y colonial, que manipula a los grupos de poder económico, y a los gobiernos que éstos impulsan, para que controlen nuestra sexualidad y coarten la libertad que tenemos de decidir sobre el ejercicio o menos de nuestra maternidad. La actual campaña de la iglesia católica para el reconocimiento del derecho a la vida de las células fecundadas (o, como eufemísticamente dicen, de la vida desde la concepción) corresponde a un ejercicio de negación del derecho al ejercicio de la democracia. Es parte de la construcción de la sensación difusa de que la democracia es un fraude, porque la elección real, que es la elección de una opción que puede ir en contra del poder constituido, es impedida por ese propio poder.
Una elección, en sentido político, sólo puede sostenerse en el derecho a optar sobre el propio cuerpo y la propia proyección de vida. Para creer en la democracia, las mujeres necesitamos creer que tenemos derecho a elegir la vida que nos conviene, sin la intervención de quien nos hace dudar de ello.
El diálogo entre mujeres nos urge nuevamente al encuentro.
Y digo diálogo y encuentro entre mujeres. Insisto: entre mujeres, eso es sin mediaciones de partidos, de iglesias, de organizaciones no gubernamentales. Para desconstruir el vínculo entre racismo y sexismo, entre control y represión, entre dirigencia y mediación.
En un diálogo no pueden haber dirigentes (líderes, les ha dado a las organizaciones no gubernamentales y a algunas instancias del estado en llamar a las mujeres con quien quieren establecer un contacto para mediatizar al colectivo. Con cuidados, no somos las mujeres, son las instancias que nos quieren controlar las que necesitan líderes). En un diálogo no pueden haber ideas a respetar por encima de la realidad que se confronta entre varias (por lo tanto no hay una idea feminista que esté por encima de otra). El diálogo se construye desde la horizontalidad del reconocimiento de la mutua  importancia y el respeto al propio estar ante la otra.
Francesca Gargallo
Chihuahua, Chih., 8 de marzo de 2011

sábado, 26 de febrero de 2011

Volver al viaje en la ciudad de siempre

El viaje es un estar en el tiempo suspendido.
Es un desplazamiento en la tierra que implica la suspención de la cotidianidad organizada para la producción de un modo de vida. Es un irse, y como tal se asemeja al sueño, al orgasmo o a la muerte.
Al haber vuelto de La Paz a México de la forma en que lo hicimos: de un viaje por tierra a treinta horas de avión cambiando de aeropuertos para llegar a tiempo al funeral del padre de Helena, de nuestro constante deseo de abrirnos al conocimiento de lo que sin tiempo largo no puede conocerse -las formas de organizar la agricultura, la construcción de las cocinas, los ritos de la oralidad- al obsesivo desplazarse de una adolescente por las calles urbanas caminadas por un padre que se le ha ido, al volver como lo hicimos el tiempo suspendido del viaje se nos ha prolongado en el estar en la ciudad de siempre.
Nuestra actividad por seis meses había sido viajar y escuchar, mientras ahora en la Ciudad de México vivimos el extraño privilegio de no tener que hacer nada en particular. Así tenemos tiempo de sentir, quizá demasiado. Yo no tengo trabajo, Helena no tiene escuela. Nos dedicamos a ir a terapia, a caminar, a ordenar las cosas de su padre y yo a ir a escuchar a profesoras e investigadoras en la UNAM. Nos reencontramos en espacios compartidos. Empezamos a recuperar y darle tiempo al amor por otras personas.
En el aeropuerto de La Paz, por esas casualidades significativas de las que está sembrada la vida, y por uno de esos actos de control sobre los propios tiempos y emociones que no pueden llevarse a cabo, compré un libro de Giorgio Agamben, Lo abierto, traducido y editado por la argentina Adriana Hidalgo en 2007. Leer a Agamben era una deuda que tenía con mi buena amiga Pilar Calveiro, colega más que admirada, quien encuentra en las ideas de Agamben muchos motivos con los que sustentar sus investigaciones sobre la prisonía, la violencia controladora, la represión de estado que caracterizan la sociedad contemporánea. Como Agamben, Pilar Calveiro se atreve a buscar los puntos de escisura que construyen los arranques de las posiciones fundamentalistas de nuestro quehacer contemporáneo.
Creer que yo pudiera, en medio de la suspensión del sueño y hundida en el dolor de mi hija, leer a un filósofo tan difícil era parte de esa pérdida del principio de realidad que nos acompaña en la confusión de los sentimientos. Pero lo intenté.
Abrí por lo menos una docena de veces las páginas de un libro cuyo primer capítulo se titula nada menos que "teriomorfo" y discurre sobre la miniatura de una Biblia hebrea del siglo XIII en la que los justos, en el banquete mesiánico, son representados con rostros de animales. No pasé de las primeras tres páginas en diez días: me dormía, me ponía a llorar, o suspendía el pensamiento en la plena conciencia de que no estaba entendiendo nada.
Sin embargo, yo venía de una experiencia de confrontación de mi propia formación como filósofa en una universidad europea, la de la Roma de finales de los años 1970 (me licencié en Filosofía de la Historia en 1979), y en una occidentalizada universidad mexicana, la muy libre Universidad Nacional Autónoma de México de los años 1980. En los últimos años de mi vida, y a pesar de estar enseñando en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, donde creí que era posible practicar a nivel superior los principios de la escuela activa, la crisis con mi formación se fue profundizando. En los últimos dos años llegué a pensar que todo lo aprendido conducía sólo a enfermar mi cuerpo (entendiéndolo como mi único instrumento de vida), pero que la vida sin conocimiento y construcción de instrumentos para el conocimiento no era tal.
El acercamiento a las formas de acceder al conocimiento de los pueblos Mixe, en México, y Nasa, en Colombia, así como a la idea zapoteca de que hay una ontología del cuerpo que se inscribe en la lengua que nombra el cuerpo como vehículo de la palabra, del ser, del decirse y del trascenderse (aún en el sentido de salirse de él) en la relación con lo animado y lo no animado, del ser que es en cuanto hace y deja de hacer en relación con lo que está en la misma relación, pero desde un ser distinto y comunitario (la piedra, el animal, la vegetación, la otra persona, la persona del otro sexo) me han llevado a este viaje último de seis meses, que anhelo reemprender y del que tengo miedo porque va a implicar una lejanía temporal con mi hija, quien no quiere volver a viajar aún.
Durante seis meses, con Helena y su pasión por lo visual, que se expresa en dibujos y fotografías, hemos intentando reconstruir y agrupar formas de pensar de las mujeres de los pueblos de Abya Yala desde algo que no eran los presupuestos  (o "fundamentas" muy bien desconstruidas por el filósofo Horacio Cerutti) de la modernidad emancipada: principalmente la idea de liberación individual, y la anterior construcción de la idea de individuo.
Adonde habíamos llegado lo sabremos sólo cuando este viaje vuelva a andar.
Por el momentoe stamos en al suspención de la suspención.
Y entonces yo leo Lo abierto de Giorgio Agamben. Paso los ojos por su reflexión sobre el hombre (así en masculino y, de hecho, dando pie a una reflexión muy masculina, donde las mujeres en la lectura que él hace de Walter Benjamin pertencemos a otro tipo de humanidad, no la que se libera, sino la que es instrumento de la liberación del otro, hasta que nosotras también podemos trascender nuestra propia escisión del animal en la satifacción sexual). Me duermo con el libro abierto en las piernas mientras espero a mi hija en su sección de análisis. Y sueño el estadio de superación de la escisión del ser humano construido por la historia y el mito del animal construido por el hombre como un ser sin memoria. Despierto y me pregunto cuál es mi función como historiadora del pensamiento humano, historiadora que a diferencia de mi padre y la gente formada en Roma, como mujer que estudia y se vive desde Abya Yala, ya sabe que la historia o es pluriversa o es construcción agresiva del universo masculino y colonizador, o se abre a muchas formas de aprehender el mundo, para vivirlo en armonía o en conflicto, o vuelve a perpetuar la colonialidad del conocimiento, de la construcción del saber. En pocas palabras, o la historia de América se escribe desde la historia de los 607 pueblos originarios, reconociendo sus derrotas, resistencias, pensamientos, expresiones artísticas como propias, sin escisión entre lo español y lo indígena, entre la gente de razón y la gente de naturaleza, entre esclaviza o explota y quien es esclavizado o se escapa, o seguirá siendo la historia de una colonia que se perpetua en formas diversas.
No es casual que lea a Agamben después de haber conocido a Aníbal Quijano en Lima. Quería conocerlo desde hacía tiempo. Me gusta encontrarme con las personas cuyos escritos me abruman e interesan. Le pedí de todas las formas a mi querida Rita Laura Segato que le pidiera permiso para darme su número de teléfono. Y don Aníbal Quijano como persona me sorprendió y agradó tanto como sus escritos contra el racismo, es afable, guapo y de palabra viva.
Hoy termino de leer Lo abierto y me encuentro con que la historia de los pueblos originales es a la historia de la colonia lo que la vida animal a la humanidad occidental: la construcción de una escisión que sólo la satisfacción sexual puede remontar.
Me rio. En muchas ocasiones les he dicho a mis estudiantes que las razas no existen pero que el racismo actúa porque es el resultado histórico del desenvolvimiento de la construcción de una idea. Si hubiera razas, en sentido biológico, los seres humanos no seríamos, todos, absolutamente todos, interfecundos.
En efecto, después de leer Lo abierto me queda la idea que la satisfacción sexual corta el vínculo del ser humano con "su" misterio, el que ha construido escindiéndose de lo animal, el que ha construido en la historia y el mito, haciendo que lo devuelva a la naturaleza y, a la vez, la trascienda así como la ha construido.
La satisfacción sexual es siempre dialogal, se logra con otra/o, pero nos hace conocer.
Por ello la sexualidad da miedo y para vivirse necesita de confianza, tanto de otorgarla como de construirla. En el cuadro de Tiziano que Agamben observa, y que hace años yo también pude ver, en efecto hay suspensión, hay tiempo, hay placer gozado que devela, vela y no le importa, porque los amantes están satisfechos y en su satifacción el ser humano es animal y humano y nada de ambas cosas, porque ambas cosas son construcciones.
La satisfacción sexual nos dice que como el lenguaje es un producto de una acción humana y un reenvío a la satisfacción total que todo animal busca en alguna de las actividades por las que vive la vida (como el succionar de la garrapata).
Me quedan muchas, ricas, preguntas:
¿Qué dice que lo abierto está abierto? ¿Qué es lo abierto? ¿Estoy abierta a liberarme del proyecto humano de separarse de la vida animal, de la racionalidad que no es sino dominio de la vida animal? ¿Abierta -es decir libre- a lo posible?

jueves, 10 de febrero de 2011

Guillermo Scully, in memoriam

LAS FORMAS, EL COLOR Y LAS AMIGAS
Francesca Gargallo
Guillermo Scully Fuentes era el padre de mi hija y era mi amigo, uno de aquellos con los que me divertía más: la más estrafalaria mezcla entre un indiscreto absoluto y un hombre púdico.
Era un pintor que sacaba su pluma y su tinta china en la mesa de la cocina mientras cinco personas preparaban la cena, que se indignaba junto con la feminista hondureña Melissa Cardoza por el fondo feminicida del neoliberalismo, que invitaba a sus amigos Fito y El Negro a rescatarlo del amor que lo atrapaba y con el cual pasear de cantina en bar en covacha por la noche implicaba un salto en el tiempo y la posibilidad de escucharlo decir: “Yo soy el Aleph; sólo yo soy tan puro y puedo caer tan bajo como el Aleph, Borges me inventó”.
Guillermo dibujaba el movimiento y caminaba, captaba sobre papel el baile, los saltos, el correr por los cañaverales de mujeres-ménades y hombres-espartacos indo-afroamericanos. Hace unos veinte años nos pasábamos las tardes en el Salón Colonia; era un fan de los Hermanitos Caramelos enfundados en sus trajes celestes y verde pistache que bailaban danzón como una pareja de ángeles, pero sobre todo estaba intentando captar la sensualidad de una mujer muy bella, muy vieja y muy gorda, que trasudaba melancolía al mover sus brazos con la cadencia del amor perdido. A las 11 de la noche, el salón cerraba y nosotros emigrábamos hacia el estudio de su amigo Fabián Rizzo, un parque, la Casa de René, una fiesta de cacatúas intelectuales, el Zócalo, la sobremesa de una conferencia sobre el Quijote organizada por Luis de la Torre, una boda de desconocidos donde nunca supe cómo él era el invitado más atendido, el hermosísimo penthouse de Jorge López Páez o la casa de su amiga Virginia, desde siempre enamorada de su Flaco. Guillermo necesitaba ahogar en amigos la soledad que tanto lo asustaba.  
Amaba a algunos pintores con la ingenuidad del aprendiz y la presencia del colega; que me diga Javier Arévalo si en algunas ocasiones no lo obligó a una serísima reflexión que luego lavaron con litros de mezcal. Pero era tímido como un campesino y era incapaz de presentarse en el estudio o la vida de alguien que no hubiese conocido bebiendo o al que no fuera presentado formalmente; por lo tanto, siempre se quedó con las ganas de hablar con Francisco Toledo.
Los instrumentos de viento, a cuya pomposidad y estridencia se parecía tanto, lo enamoraban como los bellos zapatos. Le decía a otra apasionada de los calzados, su amiga Amalia Fischer, la feminista lesbiana que escogió por hermana de reflexión antimisógina: “Quiero ser capaz de mover las ondas sonoras del trombón sobre el papel y hacer que los pies de mis bailarines muestren el brillo de sus zapatos”. Luego se mostraban uno a otra esos tenis converse planos que calzaban (y que son los únicos que usa mi hija, probablemente por un afectuoso afán de imitación).
Últimamente nos veíamos poco, yo me la paso viajando y, cuando no, leyendo o durmiendo por las noches. “Ay doctora” (me llamaba doctora con el mismo irreverente tonito con que llamaba Nananina a la literata Aralia López y “negróloga” a mi maestra Luz María Martínez Montiel, para cuyo museo ofrendó una díptico de Adán y Eva afromexicanos), “Ay doctora, estoy a punto de dar el salto. Lo siento, lo siento”, me decía cuando venía a esperar a su hija para llevarla a comer a uno de los nuevos restaurantes de la Condesa o a un cuchitril sobre Medellín donde fríen el pollo con un aceite que le recordaba la cocina de sus tías zapotecas.
María Romero nos contó a Rosario Galo Moya y a mí que cuando llegó de Sinaloa a La Esmeralda, Guillermo fue su primer amigo. La llevaba por los bares del Centro Histórico protegiéndola de los borrachos a los que toreaba con pases fantásticos: “Fue mi primer amigo en el DF y todas las calles del Centro llevan para mí sus pasos: él me enseñó a ver a las piedras y a su gente”. Su otro gran amigo pintor, el mexiquense Carlos Gutiérrez Angulo, de pocas y casi asustadas palabras, subrayaba lo dicho por su amiga: “El maestro Scully es el mejor dibujante de mi generación. Sí, es un dibujante: para él el color es un accidente de la forma; pero así como ha caminado todas las calles del centro, supo lanzar sus manos detrás del trazo en todos los papeles. Scully caminaba y dibujaba con la misma intensidad”.
Pedir anécdotas sobre la vida de Guillermo a sus amigas, primera entre ellas a su hermana-cómplice Gisela, es como pedirle sal a la mar: las hay en abundancia. Quizá porque en nombre de una noche de amor era capaz de perdonarlo todo y de las personas sólo vivenciaba y recordaba lo bueno, como de su engreído compañero de prepa Christopher Domínguez, quien, como cumplido militante, intentó inscribirlo al Partido Comunista Mexicano una tarde saliendo de las aulas del UNITEC.
A su hija, a mí, a Ruth García-Lago con quien vivió por ocho intensísimos años, a sus cientos de amigas y amigos, y quizá a alguna de esas novias que supieron quererlo a pesar de que como compañero fuera insoportablemente inaprensible, nos quedan sus pasos. Su más precisa enseñanza fue que quien anda en auto pierde el movimiento telúrico que se siente cuando los pies se deslizan por la tierra o el asfalto, que el arte es un paso dado. Sí, Guillermo Scully también era un ecologista.
Y fue el entrañable cómplice de Osvaldo Caldú cuando, entre calderos y fogones, el chef argentino cofundador de GULA decidió actuar contra la invasión de Irak y llamó a comer a los y las que luego formaron el grupo Arte en Guerra contra la Guerra.
Y era el fundador, inventor y único portavoz del Neosurrealismo Lúdico, movimiento pictórico que se sacó de la manga cuando su amigo Gibrán Bazán lo entrevistó acerca de una tela con sus rostros mestizos insertos entre lunas elefantes dromedarios y esferas, imágenes que le recodaban a Leonora Carrington tanto como a Guayasamín.
Y el convencido donante de obras para la lucha contra el feminicidio en Ciudad Juárez, el DF y Guatemala. Y el amante de la poesía de Kavafis en las noches de insomnio, de los versos de Xhevdet Bajraj en la colonia Roma y, en la Santo Domingo, de los de Eduardo Mosches. Y el papá que cuidaba que su amada Helena no bebiera más de una cerveza en fiestas donde el mezcal corría por litros y que él amenizaba bailando como un John Travolta tropical, cayéndose de mesas y sobre pisos encerados. Y el apasionado de los jazzes étnicos de todo México (cuando no de las más caseras grabaciones beliceñas o venezolanas). Y... Guillermo era también, y también, y también.

Un viaje  de colores
Eduardo Mosches
  
                                    A Guillermo Scully y su despedida
                                        5 de febrero 2011
                                   

El saxofón lanzó al aire en la estridencia musical
un amarillo envuelto en un limón , mientras el pintor
transformando   notas musicales,
pincelaba  por el tejido entramado de la tela para crear
historias de antiguos cabarets

Entre cuentos plenos de vértigo
narrados en la noche,
 jugaba al  perderse en  volteretas ,
 acompañado de esa niña que saltaba
en la cuerda de la sonrisa, mientras como padre
transmitía leyendas  en tonalidades amorosas

 Embadurnar en  largos lienzos risueños 
que se hacían faldas, para cubrir rodillas de mujeres,
destellos de caderas en el eclipse de las luces,
 los amores se urdían en esmaltes  y pigmentos,
jugueteaban con la música lanzando anilinas mordaces ,
 el pintor relataba historias y vivía otras


La lumbre de copas nocturnas
hacían sombras,   
en  escalera ascendente ,
rumbo a la luna rebanada ;
él  deambulaba sensual,
 sin rumbo a pasiones deseadas,
 de puerto en  puerto.

En un momento de descuido
cruzó la inesperada línea de lo otro,
se lanzó a navegar junto a Caronte,
 bebieron  mezcal y fumaron un cigarro.

Se despidió con brusquedad,
golpeó sin avisar en la puerta del no retorno,
 dejándonos en compañía de sorpresa,
mi  asombro está colmado de dolor.

 Puede que después de las lluvias salga un arcoíris.

Guillermo Scully, pintor (1961-2011)

Ignacio Trejo Fuentes


La madrugada del cinco de enero falleció, a consecuencia de un infarto, el artista plástico Guillermo Scully Fuentes. Nació en 1961 en la Ciudad de México, aunque vivió en su niñez en Córdoba, Veracruz, de donde su familia es originaria.

Guillermo estudió en La Esmeralda, y se le consideró artista figurativo a veces, expresionista otras; y algunos críticos lo etiquetaron como neosurrealista. La verdad es que soy lego en asuntos de artes plásticas, mas eso no me impide decir que disfruté cuanto trabajo de mi amigo conocí: lo vi trabajar en plena madrugada sendos cuadros que requería para completar la exposición de parte de su obra la tarde siguiente en una galería capitalina. Era asombroso atestiguar cómo de un lienzo inmaculado iban surgiendo figuras que, literalmente se movían, bailaban. Porque su temática central era precisamente la música, el baile. Decenas de músicos de fisonomía caribeña, mulata, casi negra, aparecen en los cuadros de diferente formato del artista tocando saxofones, flautas, tambores; sobre todo saxofones. Y también se aprecian racimos de bailarines con la misma fisonomía entregados a los exquisitos delirios del dance. En los lienzos de Memo se respira la rumba, el jazz y el danzón: pareciera que quienes apreciamos los cuadros estamos ahí, arrobados por la orquesta o por el trío…

Conocí a Guillermo hace muchos años, y hace por lo menos quince escribí sobre él en mi columna “Salivero” del suplemento sábado, del diario unomásuno. Como no era —ni soy— experto en esa materia, destaqué algunas de sus cualidades como ser humano, como amigo. Era un hombre muy guapo, y tuvo siempre un éxito arrollador y envidiable con las damas. Si a eso agregamos su proclividad a recorrer restaurantes, cantinas, “antros” y todo lugar que oliera a fiesta o a pecado, y su generosidad a toda prueba, podría entenderse ese halo de felicidad que solía rodearlo. Contaba chistes asombrosos, para especialistas, y puedo asegurar que fui de sus celebradores preferidos. Él y yo nunca hicimos una cita, porque sabíamos que habríamos de encontrarnos en el sitio y a la hora menos imaginados.

Precisamente el fin de semana previa al de su muerte estuve con él (y con los escritores Javier García-Galiano, Marcial Fernández, Víctor M. Navarro, Carlos Miranda, Óscar Cossío, Vicente Francisco Torres, Rafael Vargas Pasaye y otros amigos) en una cantina; luego, algunos fuimos a su estudio (que es bellísimo, casi una galería, decorado con un gusto exquisito) y más noche a un lugar donde se puede conversar, beber y bailar toda la noche. No sabíamos que era nuestra despedida definitiva. Nos invitó a celebrar su medio centenario de vida y a inaugurar su estudio el próximo seis de marzo. Brindaremos y bailaremos en su honor (en su velorio hubo tragos, y música con jaraneros veracruzanos). Tenía en puerta exposiciones en México y en Europa.

Con la escritora Francesca Gargallo procreó a Elena, quien debe tener quince o dieciséis años: a ambas les envío un sincero abrazo solidario. Descanse en paz el gran Scully.


El Scully se pintó de colores
A pocos días de cumplir 50 años, falleció el pintor mexicano Guillermo Scully. Egresado de la mítica Esmeralda, fue un sumiso militante de la bohemia en bares, tugurios y cabarets, donde halló la plástica perfecta para desarrollar sus obsesiones. 


Foto: Helena Scully
No es insólito que en cientos de casas, cafeterías, galerías o salas de subasta ahora mismo haya un Scully colgado o a la espera de ser exhibido o negociado. Y es que sumado a su prolífica carrera y una obra que cotizaba al alza en el mercado de arte, el pintor figurativo —que chambeaba con jazz de fondo— solía ofertar (malbaratar) sus creaciones por la zona centro de la capital mexicana. Como casi ningún amigo, restaurantero o galerista rechazaba sus ofertas, a Guillermo nunca le faltó cash para comer en la cantina, merendar en el bar y culminar el día con un desempance en cualquier pista de baile.
Quienes conocimos al pintor lo recordamos como una persona amable a la par que elegante, de voz pausada, profunda y detalles, como su tupido y bien cuidado bigote, dignos de un exquisito dandy. Cierta tarde de perros, un mesero de la cantina El Centenario, sin que se lo solicitara, llegó a mi mesa con una cuba y los cantantes de boleros detrás. Bebida y complacencia eran cortesías de un amable Scully, quien desde el extremo contrario del local levantó su jaibol y me guiñó un ojo para completar el detalle.
Hijo de istmeños nacido en el DF (aunque a veces mintiera al ubicar a su ciudad natal en Veracruz, incluso Cuba), la fiesta, el arte y las mujeres no sólo tenían prioridad en su vida, sino que pocas cosas fuera de eso despertaban su expandida curiosidad.
Desde su infancia en Córdoba, Veracruz, donde se aficionó al café, al Scully lo sedujeron la gente y la pintura. De dibujar todo lo que veía en la calle, y tras su paso posterior (1980-1985) por la Escuela Nacional de Artes Plásticas, trasladó su oficina a las mesas cercanas a las pista de baile o bajo el escenario en los clubes de jazz, donde explotó su afán extrovertido y cachondón en trazos donde convivían ficheras, pachucos, gánsteres, doñitas, tertulianos o cantineros, junto a músicos de jazz o rumba. En muchos de los cuadros del Scully —fundador de la escuela del neosurrealismo lúdico— destaca la efervescencia erótica, el movimiento permanente y continuos homenajes a la exhuberancia tropical de las culturas afrocaribeñas. Siempre tuvo tiempo para el baile elegante y respetuoso, aunque profundamente lascivo y en un contexto infernal, que para él era producto de primera necesidad. Al ver un lienzo, mural o esbozo de Guillermo, daban ganas de treparse a ese colorido tren y compenetrarse con las decenas de caderas que oscilaban al capricho de la orquesta. Fue en un cabaret donde lo encontré pintando.
Comprometido con la ciudad y sus ambientes, Scully (quien tomó tanto el apellido como el gusto por beber cerveza en galón de su abuelo irlandés), plasmó la estética fichera, hoy relegada a los giros negros en decadencia. Él, que sufría de una profunda adicción por el México bohemio, lo mismo se presentaba como cliente frecuente de un bar de moda en la Condechi, que reiteraba sus pasos en las más legendarias cantinas o lupanares donde retrataba movimientos y gestos, fiel a su encomienda de cronista que insiste sobre la cadencia del ligue y la multiculturalidad de las danzas.
Su desordenada y cabaretera existencia le provocó conflictos permanentes con sus parejas, que ni con castigos conseguían redimir al salvaje que lo habitaba. “¡No me dejes encerrado en la calle!”, gritaba con una mezcla de humor y angustia a una de sus concubinas que una madrugada decidió no abrirle más.
En días anteriores el pintor preparaba emocionado la fiesta de su cumpleaños número 50, la cual ya no pudimos celebrar. Una lástima que tanto el festejo mismo como el mito que él ayudó a construir se vieran truncados por un inesperado infarto al miocardio. Tiene mucha razón el colega Marcial Fernández cuando afirma: “Sin Guillermo Scully la plástica mexicana y la vida nocturna de la ciudad de México serán mucho menos divertidas”.
Juan Alberto Vázquez
       
Cultura
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Murió el pintor Guillermo Scully Fuentes
Merry MacMasters
Periódico La Jornada
Miércoles 9 de febrero de 2011, p. 5

El pintor Guillermo Scully Fuentes falleció el pasado 4 de febrero a los 49 años tras sufrir una caída. Nacido en 1961 en el DF, Scully estudió en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, de 1980 a 1985.
Pintor figurativo, artista riguroso y extrovertido, sus cuadros encierran el ímpetu de la cultura popular abordado desde el punto de vista de la música latina y el baile de salón. En sus lienzos la energía del sax y las trompetas influyen hacia el centro de una expresión catártica, y el baile deriva los más cálidos escarceos y las miradas comprometidas a la idea fija de un amor posible y arrebatado, se puede leer en una descripción de la Gouda Gallery. Su obra ha sido calificada de neorrealismo lúdico.
De Scully también se ha escrito: “En las décadas del ‘camino a Itaca’, ha reflejado su vasta experiencia, aventuras por los salones de baile y admiración por el silencioso lenguaje de los cuerpos danzando, la cadencia que le da la música en la pasión de un tango, con el carácter caribeño de la cumbia o la elegancia del danzón, y desde la musicalidad que corre por las venas de las distintas razas, mostrando rasgos, volúmenes y colorido.
Sin temer a lestrigones ni a cíclopes nocturnos, hace sus rigurosas visitas a las tres, cuatro o hasta siete casas, desde el café hasta los salones de baile, fuente de su inspiración (...)