21 de julio, 7 a.m. Tinajas, Veracruz, después de 8 días por Tegucigalpa, Copan, San Pedro Sula, Guatemala y Totonicapán
Quien ha caminado por un kilómetro en medio de una autopista y entre camiones estacionados, sabe que nunca lo haría si todo funcionara como se debe.
En efecto, a las 4 de la mañana una pipa de la empresa Gama que contenía el químico líquido para fabricar poliureteno fue impactada por tres camiones transportistas. Uno tras otro se incendiaron, dejando sobre el asfalto cadáveres de neumáticos de los que quedaban sólo sus almas de metal y más impactante cadáveres de buses, cuyas cabinas se deshicieron en las llamas convirtiéndose en charquitos de níquel fundido. Al parecer los choferes lograron escaparse de la hoguera saltando y el poliureteno líquido se regó por la autopista pero no alcanzó ni las casitas a orilla de la autopista ni los campos de cultivo. Así que, de no contar la contaminación que afectó los pulmones de las y los lugareños y los y las viajeras detenidas, el saldo humano del accidente fue maravillosamente bajo.
Sí, nadie que haya caminado sobre el asfalto quemado y abrillantado por el poliuretano podría decir que todo está en su lugar.
La policía federal de caminos, la única de la que en México muy pocos se quejan, hace su trabajo con gentileza. No tiene esas horribles armas de las que están dotadas las policías contemporáneas, armas para dar miedo y que prometen muerte, desenfundadas, más bien recomienda a la gente no acercarse, cuida que los niños se queden en los buses para no respirar el aire contaminado, me pide que me aleje por mi propio bien. La atención mexicana no ha desaparecido, éste sigue siendo el pueblo del que me enamoré hace 32 años. Tantas historias de narcoviolencias, tanta paranoia que sirve para tener hombres en armas en las entradas de edificios, escuelas, bancos, tanta ideología del peligro, tanta imposición del miedo, tanta falsa preocupación por la seguridad que sirve para criminalizar los espacios de reunión colectiva (escuelas, gimnasios, universidades, sindicatos, estadios) no han logrado desaparecer el ánimo esencialmente atento de las mexicanas y mexicanos. Para confirmármelo, una señora sale de su choza con una bandeja y nos reparte una docena de tazas de café para que se nos pase el susto. ¡Como si el peligro no hubiese estado más cerca de ella, de su casita, de sus animales! Me arrepiento de haber pensado que me hacía falta una máquina fotográfica, que las imágenes de este desastre serían impactantemente bellas: estética colonizada por el cine gringo la mía.
Cuando salimos de Totonicapán, ayer por la mañana, pensaba en el fin de este viaje. Un año de camino, muchos paisajes, muchas personas, experiencias extremas en muchos casos. Un año interrumpido por la dolorosa muerte de Guillermo, un parteaguas en nuestras vidas. Y en la grandiosa despedida de América del Sur, continente que abandonamos volando después de haber ascendido a la Laguna de Iguaque., donde la señor Chimué emergió del agua helada con un niño de tres años de la mano, lo creció y con él se reprodujo una vez para dar inicio a la humanidad. Grandioso homenaje a la humanidad americana, a la tierra madre, al agua fecunda, en el día del cumpleaños más triste de Helena. Caminamos entre un bosque húmedo donde una vegetación latifolia fue cambiando hasta llegar al páramo alto, a 3700 m/a/m., donde campeaban unos extraños y hermosos frailejones, plantas de crecimiento muy lento (un centímetro por año) de los que la leyenda recuerda que Bolívar vistió de soldados en la batalla de Boyacá para despistar al enemigo. [Muy pronto Helena subirá las fotos, aunque no lo crean no soy capaz de hacerlo].
Pensaba en esa terrible noche en el aeropuerto de Bogotá, después que Helena salió para México para ir a su campaña de alfabetización, atenazada por los dolores musculares que me provocaba la acumulación de ácido lático en las piernas. A los 54 años la ascensión a la laguna de Iguaque, con sus 7 kilómetros de subida por terrenos escarpados, la pagué algo cara, aunque el precio valía la pena.
Pensaba en mi llegada a Tegucigalpa, con mis amigas, algunas de las cuales pasaron un año de pérdidas y decepciones, que sólo la amistad y el colectivo ayudaron a superar. De ahí me fui a Copán y llegué a tiempo para la sesión final de la autoconvocada asamblea constituyente de las mujeres indígenas y negras de Honduras. Para demostrarme que algo anda bien, las mujeres de los pueblos lenca y maya chortí me invitaron a entrar con ellas a la ciudad antigua de Copán al día después. Regalo inesperado y que, dado mi animismo vivencial (mi creencia en la materia animada, viva, no mecánica pues), considero sagrado.
Pensaba en Ciudad Guatemala, donde mis queridas Quimi y Maya me dieron a entender qué es vivir en un país donde la violencia cotidiana borra la posibilidad misma de pensarse en un futuro, pero donde la entrevista con la brillantísima feminista xinca Lorena Cabnal me confirmó que no me he equivocado en querer analizar el pensamiento de las feministas indígenas de esta Nuestra América tan desconocida (es decir adrede sacada del área del conocimiento, con todas las implicaciones que este acto de violencia epistémica implica).
Pensaba en mis días con Melissa, que me acompañó de Honduras a Guatemala y con la que estar juntas es siempre un regalo que me reconforta el alma y me da ganas de seguir viviendo y en la fuerte amistad que me une a Gladys, tan joven ella, tan llena del entusiasmo que se necesita para estudiar y pensar.
Pensaba en mi día en la casa de los padres de Gladys, en Cantón Paquí, Totonicapán, en el dolor de la madre de Gladys, sus lágrimas y su orgullo de verla salir conmigo rumbo a sus estudios de doctorado en Puebla. Me sentí tan identificada, en unos años también Helena se irá por su camino, ojalá que con una amiga.
Y me di cuenta que de repente se me paró la diarrea terrible, que me hizo parar a todos los buses de Centroamérica detrás de cualquier curva, y que me acompañó por 5 días de Copán a Tinajas. Cagazón pues, miedo de volver a casa. Sí, México no deja de ser mi viaje perenne, mi grande amor. Y lo descubro en Veracruz, una vez más.
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